Votar… ¿por Cuba?

Yusimí Rodríguez

Jóven votante. Foto: Jorge Luis Merencio/granma.cu

HAVANA TIMES — Durante el día de ayer se llevaron a cabo las elecciones de los Delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular. Por años he votado para no señalarme, para no preocupar a mi mamá, para no tener problemas si solicito un empleo que implica verificación en el Comité de Defensa de la Revolución.

He votado para todo, menos para intentar mejorar las cosas en mi comunidad. No sé si alguien en mi cuadra, en mi barrio, en el país, ha votado con la esperanza de que algo mejore en el sitio donde vive. No hablo de votar para demostrar fidelidad y confianza en “nuestra democracia” o para cumplir un deber ciudadano. No tiene sentido que votar sea un deber o incluso un derecho, si no esperamos que sirva para cambiar algo.

En las pasadas elecciones parciales voté por un compañerito de la primaria, y lo hice con la esperanza de que haría un buen trabajo. No contaba con otra cosa que mi esperanza, pues nunca supe cuáles eran sus planes, cómo pensaba resolver los problemas que nos aquejaban. Su única ventaja sobre el otro candidato para obtener mi voto, era el hecho de serme conocido. El otro no pasaba de ser un rostro solemne que me miraba desde una foto en blanco y negro sobre una biografía. Sus méritos más o menos los mismos que los de mi ex compañero de clases.

Este año, me he visto ante la misma situación: dos candidatos, dos fotos, dos relaciones de méritos, para que decida qué pesa más a la hora de elegir un delegado: ¿un título de Bachiller o uno universitario? ¿Haber sido miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas o serlo del Partido? ¿Haber sido monitora de Español y Educación Física hace más de treinta años?

¿Puedo basar mi voto en que una persona fue buena estudiante durante la primaria y la secundaria? ¿Qué peso puede tener eso a la hora d lidiar con las roturas en las calles y las malas reparaciones, con que los chóferes muchas veces no paren en las paradas, con la necesidad de que se asignen teléfonos?

Esta vez, también pude haber votado por el rostro que me resulta familiar, haber seguido la filosofía de “mejor malo conocido…”. ¿Pero habría sido justo con el otro candidato y, sobre todo, conmigo misma?

¿Y cómo ser justa sin conocer sus planes, la forma en que se proponen afrontar los problemas de la comunidad?

Pero hablar a los electores de sus planes y proyectos en Cuba se considera campaña electoral y eso fue abolido hace mucho tiempo. Usted, como elector, solo puede elegir la que más le guste entre dos biografías que pueden ser muy parecidas.

¿Qué tal si le toca elegir entre dos universitarios, militantes e internacionalistas? Entonces debe decidir si prefiere un hombre o una mujer, un médico o un abogado, alguien que estuvo en África o alguien que estuvo en Venezuela.

Estoy segura de que los dos candidatos propuestos en mi circunscripción son personas honestas, lo que solo garantiza que no se aprovechen del cargo para obtener beneficios personales, pero no es garantía de eficiencia.

En todo caso, mi voto no fue para ninguno de los dos. Espero que quien haya resultado electo finalmente pueda hacer un buen trabajo. Pero pienso que no es serio votar basados en una biografía. Mucho menos serio ni cívico es votar para salir del paso, para no señalarse.

Por todo esto decidí anular mi voto. No se trata de filiación política. Creo que hay tanto potencial para desempeñar bien el cargo en alguien pro gobierno como en un opositor (aunque no sé de ninguno que lo haya ocupado).

No estamos hablando, al menos a este nivel, de libertad de asociación o de prensa, de voto directo. Hablamos de los problemas del barrio. Quienes elegimos, o más bien votamos, debemos tener derecho a conocer las intenciones de los candidatos. Solo así podremos votar con responsabilidad y sentir que realmente estamos eligiendo.

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