Una flor en la cabaña

David Canela

HAVANA TIMES, 13 mar — La fortaleza de La Cabaña volvió a ser por dos semanas de febrero una feria de vanidades.

Aunque no pretendo examinar hasta qué punto la Feria Internacional del Libro se ha convertido en una Feria de la Gastronomía, la Artesanía, las Diversiones, y además… de la Literatura; ni reprochar la calidad de los libros cubanos, que han sido elaborados en su mayoría con la premisa del “bajo costo”  (una extensión más de la “filosofía de la miseria,” como dijera Proudhon), sino el hecho de que reincida una feria de tales proporciones en el espacio de la Cabaña.

Junto con el Morro, este castillo fue, desde su construcción en el siglo XVIII, una de las prisiones más siniestras de la historia de Cuba hasta que en la segunda mitad de la década de 1970, tras dos siglos de funcionar como cárcel, es exonerada del uso penal.    

El gobierno cubano nunca ha hecho un documental sobre la historia de ese centro patrimonial, seguramente por el temor a revelar la continuidad de esa política opresiva durante las primeras dos décadas de la Revolución, pues según el testimonio del escritor cubano Reinaldo Arenas, el Morro estuvo activo como prisión hasta 1979.

Paradójicamente, el conjunto de ambas fortalezas fue abierto al público en 1991 con el nombre de “Parque Histórico Militar Morro-Cabaña,” cuando en realidad no es un parque, ni tiene una historia suficiente, pues su función original (la defensa de las puertas de La Habana) no la cumplió jamás eficazmente, y su función verdadera –la cotidiana–, fue la de presidio, sobre todo político.

Hace muchos años, hubo un escándalo en Europa cuando en uno de los antiguos campos de concentración nazi quisieron instalar una discoteca. La conciencia histórica fue tan fuerte (siempre es fuerte donde hay una auténtica sociedad civil), que la idea no progresó por lo disparatadamente ofensiva.

En cambio aquí, donde se han drenado todas las “impurezas”de la historia, se han resuelto las contradicciones por omisión, y se exaltan hasta el infinito las proezas de los gobernantes, es natural que se profane con desenfado un recinto quese ha colmado de tanto dolor.

Allí debería estar un museo de las víctimas, y una tarja con los nombres de todas las personalidades cubanas –políticas y culturales– que transitaron por esas calles, y cuyas almas fueron encerradas dentro de esos pabellones.

Por eso, quien pisare ese sitio, debiera cuidarse al menos de pisotear esa historia, y colocar allí una flor, al pie de sus muros, o de su corazón, por todos víctimas de cualquier tiranía.

Es un gesto de respeto, no solamente por ellos, y nuestra historia, sino por nosotros mismos.

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