Haciendo los peores negocios

Haroldo Dilla Alfonso*

Cubanos contemplan automoviles en venta. Foto: cubaencuentro.com

HAVANA TIMES — Cuando uno observa la “actualización” del Raúl Castro, siente que es lenta y limitada. Pero por momentos uno percibe que avanza en la dirección en que la élite política prefiere hacerlo, sea porque quieren preservar el orden al corto plazo (el único plazo al que la mayoría puede jugar) o porque quieren garantizar la prosperidad de los bolsillos familiares al largo plazo.

La reforma migratoria, por ejemplo, puede ser criticada desde muchos ángulos (yo lo he hecho) pero no puede obviarse su funcionalidad respecto a intereses políticos conocidos, y muchas de sus limitaciones son tributarias al tipo de gobernabilidad que los dirigentes cubanos conocen. Así es la política.

Pero hay otros momentos en que todo se disloca y no hay forma de encontrar una racionalidad. Este es el caso de los precios ridículamente astronómicos de los autos.

La única virtud que pudiera uno imaginar tras esos precios sería una inclinación ambientalista para prevenir una avalancha de autos en la isla, más de los que los viales de la isla, y en particular de La Habana, soportarían.

Pero no es creíble, pues los dirigentes cubanos siempre han tenido al auto como fuente de prestigio, diríamos, como atributos de marca superior. Nunca han olvidado a sus familiares cuando de repartir autos se ha tratado.

Y de cualquier manera creo —y no me encuentro entre quienes valoran al auto como virtud— que la única manera convincente de evitar el auto es con un sistema de transporte público cómodo y barato, que sencillamente lo haga innecesario. Justo lo que no han logrado hacer en medio siglo, mientras que otras ciudades de continente lo han conseguido.

Descartado el móvil altruista, solo me queda sumergirme en los móviles económicos. Pero siempre me pregunto si hay alguna racionalidad económica —que no sea la extorsión a incautos— en vender un auto en tanto dinero a personas que ya tienen alguno u otra forma de conseguirlo.

Me pregunto cuántos compradores idiotizados con dinero sobrante se pueden encontrar en la ciudad para adquirir autos a precios exorbitantes. O cuántos parientes ricos en Miami están dispuestos a desprenderse de 100 mil dólares para regalar un auto que en buena lid vale una quinta parte de ese precio.

Aquí no hay cálculos de economía de escala, ni de captación fiscal y comercial estable, ni siquiera una visión elemental de cómo funcionan los mercados.

Y finalmente me pregunto cuando los dirigentes cubanos van a entender que hay un dinero que no les pertenece, y que no pueden seguir jugando a la vulgar desposesión en nombre de altos principios que pisotean todos los días.

El resultado ha sido una indisposición general de la población, incluso de aquella parte de la población que no tiene dinero para comprar un auto. Y probablemente nunca lo tendrá.

Si nos sumergimos en la lógica de lo que los dirigentes cubanos insinúan como modelo —un sistema capitalista autoritario en nombre del socialismo— hay que asumir que el gobierno tiene que privilegiar el consumo de un sector emergente de nuevos ricos sencillamente porque ellos constituyen el basamento social de la “actualización” y el actor que estaría llamado a dinamizar el proceso de cambios pro-mercado.

Aquí se incluyen gerentes y profesionales del área mercantil de la economía, administradores de grandes empresas, emigrados cercanos al sistema, “macetas” blanqueados, herederos familiares (incluyendo los chicos del Clan Castro) y artistas y deportistas orgánicos a una sociedad que crecientemente será una meca de espectáculos.

Pero evidentemente no puede hacerlo ofendiendo la inteligencia de esta gente. Si quieren restaurar el capitalismo, y creo que efectivamente quieren hacerlo, lo primero que tienen que hacer es pensar seriamente en el asunto.

Pero por momentos me parece que ni eso. Y de ahí estas malas políticas que acarrean todos los inconvenientes posibles y algún que otro incauto desesperado que se compre un sedán Hyundai en diciembre del 2013 en 100 mil dólares. Es decir, un carro del año pasado.
—–
(*) Publicado originalmente por Cubaencuentro.com.

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