En busca del agro perdido

David Canela

HAVANA TIMES, 2 marzo — El pasado 18 de enero el periódico Granma publicó un dato sorprendente, que me hizo cuestionarme si Cuba podría seguir considerándose un país agrícola.

Decía que según el Centro Nacional de Control Pecuario, en el país “existe un déficit superior a los 59 000 animales” encargados de la tracción en los campos. Mi ánimo se sublevó.

No se estaba hablando de tractores, ni de redes hidráulicas, ni siquiera de invernaderos, avionetas o maquinarias lecheras, sino de bueyes para surcar la tierra y llevar las carretas. Entonces, ¿dónde está la agricultura en Cuba?

Si el proceso de urbanización en el mundo ha aumentado de forma drástica en el último medio siglo como consecuencia natural del progreso, en Cuba creo que se ha intensificado más debido a la poca estimulación económica que origina el colectivismo socialista y la impropiedad de la tierra y sus frutos.

Da vergüenza que todavía en el Granma se pretenda discutir hasta qué punto un campesino es dueño de sus reses y de sus cosechas.

Este país se vanagloriaba de haber sido uno de los países más productores de azúcar de caña en el mundo, y hasta finales de los años 80 fue su principal fuente de ingreso.

En el 2003-2004 se desmontaron casi todos los centrales, los cuales no habían sido modernizados en décadas, y así comenzó a escribirse el capítulo final de la historia del azúcar en la Isla. Ahora quieren resucitar a la heroína para que continúe la zaga.

El tabaco vive del prestigio que se creó durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, y ha quedado como un ícono cultural para las revistas de turismo, y un artículo de lujo que rinde jugosos beneficios en las subastas millonarias de la Feria del Habano.

El café ha tenido una suerte menos gloriosa: se vende puro en las tiendas de divisa, y mezclado a la mitad con chícharo en las bodegas de la población, por tanto ni siquiera es café. Y el chocolate es una ficción que suele verse más en los helados.

De la exportación de cítricos ya no se habla. Apenas se ven mandarinas en las calles, aunque estén en temporada. Las frutas y verduras que se consumen son las de estación, pues no se conservan en frigoríficos para que puedan venderse durante todo el año.

Y es más fácil comer una manzana importada que una guanábana.

Mientras los campos retoñan de marabú, y los campesinos emigran hacia las ciudades, en éstas se siguen cultivando pequeñas parcelas y organopónicos.

¿Quién ha dicho que por hacer un huerto en el jardín, o convertir un patio en cochiquera (incluso un baño) se desarrolla la economía de un país, o se garantiza el sustento familiar?

¿Es en nombre de la ecología, por no gastar petróleo en la transportación? Las ciudades necesitan parques, no ilusiones edénicas.

El campo debe ser repoblado por sus dueños, y por trabajadores que lo hagan producir ecológica y diversamente.

El Estado debe incentivar la gestión empresarial de los pequeños productores, y velar porque tengan un desarrollo ecológicamente sostenible.

Así es como podrá reducir las importaciones de alimentos al país, que suministran más de la mitad de los que se consumen. Debe seguir el ejemplo del arroz.

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