Anexionismo y gravitación en la historia de Cuba

Vicente Morín Aguado

Dos patriotas.

HAVANA TIMES — “Se habla pública y generalmente aquí de la anexión de Cuba como un hecho que va a consumarse, precipitando de un modo lo que llaman gravitación.” (Cónsul español en Nueva York, diciembre de 1867)

El pasado 24 de febrero Diario de Cuba publicó desde Miami: “Berta Soler acusó al gobierno de Raúl Castro de realizar una “campaña bien fuerte” para acabar con las Damas de Blanco, y en particular con ella, debido a su posición contra el levantamiento del embargo de Estados Unidos y el modo en que La Habana y Washington conducen sus actuales negociaciones para normalizar relaciones.”

Desde el 12 de marzo de 1996 el embargo-bloqueo quedó firmemente atado al Congreso de los EE.UU. al sancionarse la Ley Helms-Burton.

¿Finalmente se cumplirá el inexorable destino de la manzana, tal y como fuera interpretado por Newton? El árbol de nuestros empeños patrios es centenario, ha dado muchos frutos, queda por demostrar si las leyes de la física operan igualmente en la historia.

Por favor, volvamos al pasado:

El 19 de mayo de 1850, el ex general de los ejércitos españoles Narciso López izó en Cárdenas por vez primera la bandera de la estrella solitaria. Nacido en Venezuela, venía esta vez desde Nueva Orleans, contando con el apoyo de numerosos sureños esclavistas junto a un buen número de patriotas cubanos, su objetivo final era convertir a Cuba en un estado de la Unión Americana.

¿Finalmente se cumplirá el inexorable destino de la manzana, tal y como fuera interpretado por Newton? El árbol de nuestros empeños patrios es centenario, ha dado muchos frutos, queda por demostrar si las leyes de la física operan igualmente en la historia.

La ambigüedad de tal propuesta política tiene su explicación: parecía necesario un fuerte apoyo exterior para vencer el poder de España, también la economía nacional estaba signada por la esclavitud y los terratenientes criollos enredaban oportunamente sus intereses económicos con los sentimientos anti metropolitanos comúnmente llamados patrióticos.

El creador de la enseña nacional y también de nuestro escudo, Miguel Teurbe Tolón, poeta, no pertenecía a la aristocracia que ordena, sino a la mayoría sencilla que pelea; su sentimiento contra el despotismo monárquico español era en este caso auténtico patriotismo.

Desde entonces andamos bajo el influjo permanente de esa “gravitación” señalada por el alarmado cónsul español en Nueva York, doctrina conocida con el nombre de “la fruta madura”, codiciado manjar presto a caer del árbol, aludiendo de paso a la célebre experiencia newtoniana.

La proverbial tozudez española, decidida a no soltar prenda, polarizó las actitudes cubanas, de un lado se aglutinaron los espartanos independentistas, del otro los reformistas, aspirando a la autonomía, algo parecido a un federalismo tutelado desde Madrid; los anexionistas medraban en ambos bandos bajo el disfraz de la imprescindible ayuda norteña.

Autonomistas y anexionistas nutrieron una hidra política cuyas múltiples cabezas hablaban del menor sacrificio posible, de la intervención salvadora ante la perspectiva de un largo combate y del oportunismo determinado a labrar nuevas fortunas desde los escalones altos de la venidera república, por supuesto, bajo la protección de la Casa Blanca.

A finales del siglo XIX la gravitación se impuso, determinada por la diferencia entre la mayoría sencilla peleando sin posibilidades de encausar sus ideales, bajo el comando de una minoría aristocrática. Muertos en combate José Martí y Antonio Maceo, en franca minoría política frente a los patricios, Máximo Gómez y Calixto García cargaban el peso de “la probada ingratitud de los hombres”, bella sentencia martiana escrita en carta dirigida al Generalísimo cuando le invitó a comandar de nuevo el Ejército Libertador.

Siendo sensatos, fueron bienvenidos los Rough Riders de Teddy Roosevelt en la primavera de 1898. Después del exterminio provocado por la reconcentración fascista de Weyler, con una proporción media de 25:1 a favor de los soldados españoles, el aporte militar norteamericano era necesario.

Obama y Raúl cosechan aplausos al demostrar que la voluntad humana puede desafiar las ineludibles leyes de la gravitación universal.

La bandera de las barras y las estrellas fue izada en Santiago de Cuba el 17 de julio, sin permitirles lo mismo a nuestros combatientes. Ni siquiera honraron los 30 años de lucha del General García, brillante en la estrategia de la última batalla por nuestra independencia. Aludieron a posibles represalias cubanas contra el enemigo. De inmediato el Segundo Jefe del Ejército Libertador envió una carta-protesta a su homólogo, el General Shafter:

“Formamos un ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el ejército de sus antepasados en su noble guerra por la independencia pero, a semejanza de los héroes de Saratoga y York Town, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la cobardía:”

Calixto García murió en Washington el 11 de diciembre de ese año, cuando gestionaba el dinero necesario para el licenciamiento de sus humildes soldados.

El 3 de marzo de 1901 William McKinley firmaba la Enmienda Platt, cuyo texto autorizaba al Presidente a intervenir en los asuntos internos de Cuba. El acuerdo fue adicionado a la Constitución de la naciente república. Cualquier coincidencia con otra legislación bicameral norteamericana, sancionada 95 años después en ese mismo mes por un Presidente de igual nombre no es simple coincidencia.

Ahora los nuevos anexionistas, pro imperialistas, se llaman Plattistas. Tal conducta política no ha desaparecido, ni en Cuba, ni en los Estados Unidos.

Obama y Raúl cosechan aplausos al demostrar que la voluntad humana puede desafiar las ineludibles leyes de la gravitación universal. Neil Armstrong pudo pronunciar sus famosas palabras gracias a conseguir la necesaria velocidad de escape respecto a la Tierra: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad.

Antes de ser ejecutado públicamente, el patriota y anexionista Narciso López sentenció: “Mi muerte no cambiará el destino de Cuba.”
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Vicente Morín Aguado morfamily@correodecuba.cu

 

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