Otra vez guerra a muerte en Venezuela

Osmel Ramírez Álvarez

De la reciente campaña electoral. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Aún sigue siendo cuestionable aquella decisión de Bolívar y Briceño de enrolarse en una guerra a muerte entre americanos y españoles. La historia, siempre contada por los vencedores, los absolvió porque “la luz” de sus actos fue inmensamente mayor que “sus manchas”.

Hoy, como un bumerán histórico, pareciera que nuevamente los venezolanos no ven otra salida que la intolerancia. Distintos son los adversarios, pero igualmente hermanos: chavistas vs oposición.

Cuando no hay “respeto al derecho ajeno”, no hay paz. Cuando por las vías convencionales no se alcanza ese respeto, la violencia llega. Cuando la violencia no asusta lo suficiente para que aflore el buen juicio, entonces se ceban los odios y se despiertan las bajas pasiones. Así está la Venezuela de hoy, a punto de una guerra civil.

¡Y cuán absurda es esta guerra entre hermanos! Venezuela es de todos los venezolanos y para todos hay espacio suficiente. Si analizamos bien, de un lado y del otro desean casi lo mismo, salvo pequeñas diferencias. Es más lo que los une que aquello que los separa.

Mucha desconfianza y odios políticos exacerbados hacen que “la paz” sea difícil. Es una guerra política, económica y mediática sin cuartel, donde abunda la ponderación tendenciosa, la manipulación y el irrespeto mutuo. Sin olvidar los choques violentos que ya se han producido a intervalos.

Los chavistas temen que la oposición destruya todo su legado y la oposición teme que los chavistas se radicalicen hacia un socialismo totalitario.

¿Acaso no hay salida? Por supuesto que sí. La clave está en buscar el equilibrio mediante el diálogo constructivo y sincero. La comunidad internacional, especialmente UNASUR y la CELAC, deben promover ese encuentro.

Cada lado debe generar confianza al otro y bajar un poco los ánimos por el bien del país. Es un crimen que Venezuela siga por un camino que tan solo la conduce a la autodestrucción.

Chavistas en una actividad de campaña. Foto: Caridad

En política es normal que un partido o una coalición, gane o pierda indistintamente la supremacía parlamentaria. Lo mismo sucede con la presidencia de la República. Es además saludable para la democracia, porque indica que quien decide es el pueblo.

No hay razón para que cunda el pánico. Si ahora mismo revisamos el escenario político mundial, podemos ver que muchos gobiernos elegidos democráticamente tienen el Parlamento en contra.

Los chavistas se acostumbraron a gobernar con mayoría aplastante y olvidaron que otras fuerzas políticas tienen igual derecho a ganar la confianza del pueblo. Si tanto querían mantener todo aquel poder, tenían la obligación de conservar ese favor popular haciendo un mejor gobierno. Culpar al adversario de tus propios errores es siempre menos incómodo.

El otro camino, el de convertir su Gobierno en una dictadura totalitaria con el apoyo del ejército, ¡ni pensarlo! Sería como imitar a Pinochet, por la forma, y a Fidel, por la utopía. Algo así sería mancharía irreparablemente la imagen del nuevo socialismo ante aquellos que aún lo ven como una esperanza emancipadora. Chávez fue un activo socialista-revolucionario, pero a la vez fue un ferviente demócrata.

Precisamente es ese el gran peligro que asusta a la oposición, que Venezuela termine perdiendo su democracia. Ellos, tras una década y media alejados del poder, ahora disfrutan de su victoria con desenfreno.

Desafiaron al Tribunal Supremo de Justicia y solo acataron su sentencia sobre la suspensión de los tres diputados ante el peligro de nulidad por desacato decretado por el mismo órgano. Habiendo alcanzado posiciones de poder, apelan por la distensión y no por el diálogo.

Construir o emigrar. Foto: Caridad

Olvidan que el voto favorable fue más de castigo a los chavistas que de confianza hacia ellos. Acabar con esta guerra sería su mejor capital político. El pueblo votó por algo nuevo, no por más odio, ni más violencia. En este importante momento histórico, quien muestre mayor cordura y promueva la concordia quedará como héroe. Pero quien azuce los ánimos e incite a la guerra, será condenado.

Los chavistas deben respetar la voluntad del pueblo y cooperar en la justa tarea de revisar la institucionalidad democrática de Venezuela. Al mismo tiempo, aprovechar esta derrota para mejorar su estrategia y defender voto a voto la permanencia en Miraflores.

En una democracia las fuerzas armadas deben de ser completamente neutrales. Es muy peligroso que un grupo político las domine, como en gran medida lo hace el PSUV a través de la llamada “unión cívico-militar”. Sería juicioso reparar este error.

Tampoco lucen bien las maquinaciones políticas que no llevan a ningún lado y solo muestran signos de debilidad. Encarar la derrota como algo normal y no pretender ser los únicos capaces de defender los intereses del pueblo, es el camino más sensato y productivo.

Ni Ramos, ni Maduro, han de igualarse al Libertador desatando este nuevo tipo de “guerra a muerte”. Estos tiempos son otros y muy diferentes. Cultura cívica y espíritu democrático son los antídotos contra el odio y la intolerancia.

Confiemos en que muy pronto se imponga el buen juicio en ese hermano país y pueda no solo recuperarse, sino realzarse con toda la vitalidad heroica que lo caracteriza.

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