Yenisel Rodríguez Pérez
¿Qué ha pasado?
¡De todo! Sobre todo en los últimos 24 años.
Por ejemplo, cuando el valor de la manteca de cacao se dispara en el mercado internacional, los inversionistas criollos, cegados con la búsqueda de divisas, desabastecen de la indispensable materia prima a la industria confitera. De esta forma se disminuye considerablemente la producción de tabletas de chocolates y otras golosinas destinadas a satisfacer parte de la demanda nacional.
La producción de cacao es suficiente para abastecer el mercado nacional, y los precios de compra del mismo a los productores son lo bastante bajos como para conformar un precio de venta minorista asequible a la población. Sin embargo, persisten bajos niveles de productividad a consecuencia de erradas políticas macroeconómicas.
Y aquí entra el tema de la especulación comercial.
El precio del chocolate de factura nacional se eleva muy por encima de lo económicamente racional, por eso es promocionado como artículo de lujo, aplicando la fórmula de a un gustazo un trancazo.
Mencionemos las famosas cafeterías “Casa del chocolate”, catedrales barrocas (demagógicamente) consagradas a la misa del venerable elixir.
La otra cara de la moneda es el “Chocolatín”: chocolate instantáneo subvencionado por el estado, nacido en pasados tiempos de oratorias mesiánicas. Su dudosa calidad responde a los vaivenes de las políticas sociales cubanas, reforzando así la reputación exótica y sagrada del chocolate en CUC. ¿Quién exigiría a su gobierno que subvencionara caviares y vinos franceses?
Y así quedamos como los hermanos aztecas. Ellos, sin maíz mexicano, cuando fueron la civilización madre de este cultivo; nosotros pagando precios de importación por un producto cubano.
-Toma chocolate, paga lo que debes
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