Mantenimiento: una mala palabra en la economía cubana

Yenisel Rodríguez Pérez

Muchos edificios en La Habana están cayendo por falta de mantenimiento.  Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – ¿Por qué los inversionistas cubanos constantemente suspenden la asignatura del mantenimiento planificado? Tanto han sido los desaciertos que ya nadie se cree el cuento de la falta de experiencia, la mala capacitación, o los recursos insuficientes.

No cabe duda de que detrás de este mal generalizado está el interés personal de inversionistas y decisores políticos. ¿Cuánto se deja de invertir en un proyecto cuando éste no incluye presupuesto de mantenimiento?: Mucho dinero.

Dinero que se puede utilizar para crear decenas de proyectos más, reforzando el clima de gobernabilidad: mucho con poco.

También están las inversiones fraudulentas que enriquecen a muchos inversionistas; en ambos casos los resultados serán desastres económicos que se presentarán a la opinión pública como errores de cálculo.

Un proyecto detenido por falta de mantenimiento es también un abracadabra que da nuevo acceso al presupuesto nacional. Del mismo modo la creación de marcas comerciales de bajísima calidad, diseñadas en complicidad con el pragmatismo de las maquilas chinas, vietnamitas o de cualquier parte del mundo, establece itinerarios comerciales fluidos y actualizados que gotean a poco dividendos ilícitos.

Es así que una economía tercermundista, basada en la venta de servicios, se las arregla para diseñar sus propios patrones de obsolescencia programada, de manera poco refinada pero con un alcance monopolista mayor.

El discurso de los errores imprevistos, del ahora sí y de la experiencia alcanzada para el futuro, colma el sentido común del consumidor nacional.

Tenemos el caso de la violación de los mantenimientos productivos, donde la calidad no constituye un proceso en perfeccionamiento, sino que conserva la concepción de las producciones subvencionadas que no responden a exigencias de calidad, aun cuando salen al mercado nacional con precios internacionales o más elevados que éstos y menos calidad que los productos importados.

El mantenimiento preventivo solo existe en normas y comisiones inoperantes. Pocos son los protocolos de esta naturaleza que logran implementar alguna acción real. No se detecta ningún fallo por muy repetitivo que sea, más bien son intensificados ante la ausencia de un sentido de pertenencia profundo de todos los implicados en la tarea “estatal”, acortando la vida útil de los equipos. De esta manera el costo de las reparaciones y los mantenimientos se dispara.

Y por último, tenemos al mantenimiento predictivo, el más precarizado, el más contraproducente para los decisores y los inversionistas. Prever mantenimientos no es significativo políticamente en un régimen autoritario donde el poder se conserva por la fuerza y no por protocolos o estrategias proselitistas.

¿Qué sentido tiene detectar síntomas antes de que estos se hagan evidentes o den al traste con un desastre económico? ¿Para qué tomar acciones previsoras cuando el presente político y las ganancias están garantizados?

El próximo fin de año anuncia nuevos desastres, irán apellidados de imprevistos, y junto a ellos eclosionarán aprendizajes prometedores. Cientos de ómnibus interprovinciales fuera de servicio por falta de mantenimiento, un parque de locomotoras chinas (supermodernas) oxidándose en talleres desabastecidos, entre otras adversidades, renacerán a tiempo de cosecha para emprendedores de la política y el mercado.

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