La esperanza que azora

Yenisel Rodríguez Pérez

Otro actitud con las palomas.

HAVANA TIMES – Recuerdo la lluvia de piedras que los estudiantes de nivel primario le propinábamos a las garzas blancas mientras regresábamos a casa. Las pobres, nunca han pasado de ser una especie de “nada” para el sujeto barrial.

También retengo en la memoria a los escuadrones de la muerte compuestos por niños y niñas de mi manzana. Se tomaban el asunto en serio.

Salían a la calle con un inventario mental de posibles víctimas: reptiles, insectos, mamíferos, plantas y hasta algún hermanito menor. Una guerrilla infantil contra la naturaleza. ¿Y los adultos?

Bien, preparando meriendas y llamando a hacer las tareas, con mirada indiferente al “laboratorio biotecnológico” que los pequeños montaron en el portal de la casa.

Luego está la pregunta por los medios de comunicación, la escuela, las ONG y otras instituciones sociales implicadas en el tema. Poco de lo que hacen estas instituciones llega a los escolares.

Los discursos por sí solos no cambian el comportamiento, más bien definen posiciones y le dan un nombre o una ruta a seguir a lo que le gente ya tiene definido en su imaginario. La sensibilidad por la vida animal habitualmente tiene existencia previa al mensaje educativo, y de esa empatía con los animales se carece mucho.

El punto de partida debe habitar en el mundo de vida del individuo, con participación de la sociedad, pero anclada a su cotidianidad, a la noción que aquel posee de su entorno.

Mucho se habla de los avances en materia de protección animal dado por países del primer mundo. Pero básicamente se trata de obediencia hacia la ley.

El punto es que el cumplimiento de la ley no evidencia necesariamente una dignificación del derecho de los animales, aspecto central del ecologismo. Más bien funciona como prevención o temor a contraer obligaciones pecuniarias con las autoridades judiciales.

Lo anterior no quiere decir que una ley de protección a los animales no vendría a atenuar la precarización de los derechos animales en la isla, pero no será la solución al problema; sobre todo cuando sabemos de antemano, que la puesta en marcha de cualquier normatividad de esta naturaleza dejará mucho que desear en cuanto calidad del control y eficiencia penal.

Pero algo tiene que comenzar a funcionar en nuestro país, por algún lado se debe comenzar. Apoyar la labor que por mucho tiempo vienen llevando a cabo organizaciones de protección a los animales como ANIPLANT, por ejemplo.

Que se continúen generando situaciones de violencia hacia los animales desde todas las edades y desde todos los contextos es inadmisible.

Debemos erradicar esas terribles escenas de violencia extrema, pero también esa otra violencia enmascarada donde por ejemplo, un ejército de infantes arremete contra las palomas de parques y plazas bajo el consentimiento de los adultos.

Si estos son los niños y niñas que portarán la esperanza del mundo, entonces esperemos un orden futuro profundamente cruel con la vida animal. Recemos por la garza blanca.

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