Escenas habaneras (III)

Yenisel Rodriguez

El cubano cada vez rompe más la barrera del silencio y expresa en colectivo su malestar.  He sido testigo, en una guagua repleta, de una colectiva risotada como aprobación de un cuento atrevido lanzado al aire por un anciano.  Las figuras de altos funcionarios del gobierno salían mal paradas.  El júbilo era general.

Un domingo de feria agropecuaria escuche decir a una viejita mientras escogía, como podía, unos boniatos estropeados del mercado estatal, que la raíz estaba podrida y que hasta que no la arrancáramos seguiríamos mal viviendo.  “Y mal comiendo”- agregó el dependiente que la atendía.  Una muchacha que estaba detrás de mí en la cola  me comento con cierta complicidad, que aquello si era una asamblea popular.

Por mi casa cierto repartidor de periódicos, va por la calle pregonando: -Yo soy quién más mentiras reparte en Cuba; mientras unos muchachos, por una oscura y concurrida Calzada del Díez de Octubre cantan a paso de conga un corito que decía así:

Salir de Cuba mamá

es lo que quiero,

Salir de Cuba mamá.

Yo, por ejemplo, le pregunté irónicamente el otro día a un policía en la guagua, que sí era posible que se redujera la violencia en las calles, cuando a los maestro le pagarán el mismo salario que ellos reciben.

Y sucede que muchas personas, poco a poco y sin mutuo acuerdo, se lanzan a decir sin más lo que piensan.  Lo más sorprendente es que muchos de los que escuchan asienten, mientras callan los que están allí para evitar que se diga lo que se piensa.

¡Ah, el policía no respondió!