Yo no me meto en política

Verónica Vega

Foto: Doug Haight

HAVANA TIMES – No meterse en política es una premisa de la mayoría, en cualquier sociedad. Porque el ciudadano común solo aspira a vivir dentro de una estructura social que funcione lo mejor posible, prescindiendo de su participación activa.

Cuba no es una excepción de esa regla, sino que la lleva al extremo. La política es un tema escabroso que linda con la paranoia y el absurdo.

Los padres alertan a sus hijos desde edades tempranas sobre lo que pueden o no decir públicamente, y eso se va convirtiendo en un reflejo biológico. Es automático, como un segundo instinto de conservación.

Pero lo surrealista es que la apoliticidad consista en no disentir (en público), mientras se cumplen escrupulosamente los ritos de exhibición de lealtad política al Gobierno. No importa si esos ritos solo sirven para reforzar la inoperancia administrativa y el desamparo de la población.

Vivimos rodeados de consignas, de medios hiperpolitizados. Las fotos de héroes de guerra se ven lo mismo en un edificio del PCC que en una fábrica; los bustos de Martí aparecen donde menos se le espera. Hay rostros dibujados del Che y de Fidel hasta en parques con servicio Wi-Fi.

Los niños que están aprendiendo a identificar colores y formas geométricas, ya memorizan el concepto de Revolución de Fidel Castro. Además del “Quiero ser como el Che” que en las escuelas los pioneros repiten mecánicamente, ahora afirman (con la misma ausencia de voluntad y conciencia): “Yo soy Fidel”.

A propósito, esos pioneros lo son, por el mero hecho de ir a la escuela. Pasarán a ser miembros del CDR tan pronto cumplan 16 años sin que se les pregunte si están de acuerdo. Lo mismo en el caso de las féminas y las FMC. Un trabajador desfila el 1ro de mayo portando un cartel asignado por su centro laboral y cándidamente afirma: “Yo no me meto en política”.

Tras la desoladora sentencia “con la Revolución todo, fuera de la Revolución, nada”, los artistas “apolíticos” desyerbaron su obra de todo vestigio de crítica al sistema. Incluso hoy e incluso dentro de la contracultura, se respira esa tensión.

En la red digital que enlaza municipios de La Habana (SNET), hay dos normas estrictas por cuya violación el usuario es baneado del servicio: cero política y pornografía. Sin embargo, la red se unió al homenaje postmortem del Comandante en jefe.

Ahora, como en Cuba casi todo está reprogramado con respecto al orden lógico del mundo, eso no es meterse en política, sino al contrario. Porque no publicar la noticia de la muerte del líder y en los términos luctuosos oficiales, equivalía precisamente a tener problemas políticos, es decir, la existencia de la red corría peligro.

Recuerdo cuando un día, reunidos varios colegas de HT en casa de un amigo, hablábamos de la situación en la Isla, criticando desenvueltamente. El anfitrión, un cubano residente en el extranjero, intervino varias veces enfatizando que él pensaba igual que nosotros, pero no era bueno hablar tanto de política porque así le dábamos el gusto a “ellos” (o sea, al gobierno).

Foto: Franco Cariño

Otro del grupo ripostó: “El problema es justo lo contrario: nos hace falta hablar todavía más de política”. En ese momento le di la razón.

Hoy se la sigo dando, pero al mismo tiempo, entiendo mejor el argumento del anfitrión. Hablar tanto de política, aunque sea para sacudirnos la mordaza de medio siglo, los moldes del adoctrinamiento, la confusión inducida, equivale igualmente a no ser libre.

Por supuesto, ante nada es preciso que debates como ese puedan ser públicos y seguros para cualquiera, exprese lo que exprese. Que los crispamientos sean por pasión y no por miedo.

Aunque estemos separados (voluntaria, inconsciente o tácitamente) por ideologías y etiquetas. Necesitamos que la política (léase disenso), no sea un tabú. Necesitamos superar la culpa. El complejo a lastimar o a ser lastimado solo por expresar una idea.

Luego llegar al punto de que la política sea un tema más. Tan natural como hablar de cine o de pelota. Pero es inevitable que antes nos saturemos debatiendo de todo lo prohibido. Con o sin odio, con o sin ira.

Hasta aceptar algo tan básico que pensar no es un derecho concedido por ningún sistema, sino un don inherente al hecho de que existimos.Y disentir es la expresión natural de la diversidad de ese pensamiento.

El asesinato moral del que habla Hannah Arendt nunca es anodino, pues fue la causa del holocausto nazi y lo es de la parálisis de la sociedad civil, y, por tanto, del progreso humano.

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