Ya que hablamos de discriminación

Verónica Vega

Guagua de noche. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — El post de Ia colega Yusimí Rodríguez “Un pretexto para hablar de racismo”, me recordó una conversación que tuve hace tiempo, con una amiga. Ella, que por ser negra había padecido desde su infancia manifestaciones de segregación, al final del debate estuvo de acuerdo conmigo en lo relativa que pueden ser las causas de discriminación.

Desde una superioridad de recursos y estrategia como sucedió con civilizaciones conquistadas y extinguidas, o una estigmatización por parte del poder con intereses de control político y económico, como en el caso de los judíos, o interpretaciones literales de preceptos religiosos, que los cambios sociales vuelven inoperables, y atrofian la vida de la mujer en regímenes fundamentalistas.

El problema se agrava porque, una vez establecida la pauta, las generaciones se aferran a esos patrones de pensamiento, y ni siquiera nuevas leyes pueden cambiar radicalmente la conciencia colectiva. Lleva mucho más tiempo desaprender el mal que adquirirlo. Para completar, otros factores complejos tienden a afianzar la inercia del círculo.

Una vez, viendo una película sobre el imperio romano, caí en la cuenta de que aunque se sabe por las clases de historia que ya en esas civilizaciones se esclavizaba a individuos de la misma raza, (o sea, blancos), siempre que escucho o leo la palabra “esclavo”, la asocio inmediatamente a una persona negra.

Si somos veraces, habría que decir que incluso después de abolida la esclavitud en Occidente, en pleno esplendor económico y cultural, el trato común a un sirviente (de cualquier color) rezumaba el mismo desprecio que marca el abismo entre la clase pudiente y la sometida, abismo aparentemente insalvable, pues aún existe.

Por supuesto que también en Cuba, producto anómalo de experimentación socialista y justicia social. En la anécdota que cuenta Yusimí de cuando le pidieron el carnet mientras recogíamos caracoles en la playa, olvidó quizás mencionar que cuando el policía se dirigió a mí y me preguntó dónde vivía, al responderle con inequívoco acento cubano, me pidió mi carnet enseguida. En un segundo estábamos las dos en el mismo nivel de “cuestionables”.

Esta condición de cubano, ya difícil, empeora con la segunda categoría implícita: “de a pie”, por la que como la mayoría de mis conciudadanos blancos, negros, mestizos… somos discriminados a diario, por personas blancas, negras, mestizas… basta que tengan una posición de relativo poder (institucional o económico).

Como mujer he padecido muchas veces variantes sutiles y no tan sutiles de discriminación, manifestaciones que me molestan o exacerban, pero forman parte de una herencia machista muy difícil de desarraigar, especialmente siendo alimentada y reproducida por las mismas féminas.

Por poner un ejemplo simple, estando entre intelectuales (hombres), he palpado ese descrédito a priori de la inteligencia femenina, porque efectivamente el legado intelectual, científico y hasta artístico en la historia de la humanidad es predominantemente masculino.

Pero en los circuitos intelectuales es fácil además caer en una categoría incómoda si uno no se identifica con la ideología más expandida, que bien puede ser la izquierda. Y aún más fácil es ser menospreciado como inválido mental por creer en Dios, y expresarlo, en un ambiente de agnósticos y materialistas.

Yendo aún más lejos en el tema puedo poner un ejemplo extremo: me he sentido discriminada muchas veces cuando he compartido con gente marginal, sólo porque no me gusta la salsa y el reggaetón, y sí la música clásica. Me siento culpable y hasta “elitista”.

Entre los que participan en los repugnantes circos de repudio contra disidentes he visto muchas veces a negros (algunos muy enfáticos en su ira) y me he preguntado si no habrá también homosexuales. O cualquiera que se ha sentido excluido por su pensamiento, sexo, estatus social; o por no encajar dentro del canon estético de turno, una de las causas de discriminación más antiguas. Pues, como bien dice Kafka “el hombre acosado por sus demonios se venga insensatamente en el prójimo”.

Qué podemos esperar para los enfermos mentales, alcohólicos, indigentes… que tanto abundan por la ciudad.

La discriminación nace de la incomprensión pero sobre todo, de la falta de sensibilidad. He visto repeler como “sucias” a personas que han recogido de la calle y sostienen (a pesar de sus limitaciones económicas) a un número increíble de perros y gatos. Nadie les facilita sobras para sus mascotas, insumos de limpieza, nadie valora que están asumiendo una responsabilidad evadida por otros. Mucho menos el Estado.

Y en la escala de valores, por supuesto, los animales ocupan el nivel más bajo: pueden morir cruel e impunemente por sacrificios, experimentos científicos, o en manos de sádicos.

Por último, y mirando la carrera brutal que sacude a Cuba por una supervivencia cada vez más cara, veo que los ancianos y discapacitados son salvajemente desplazados; así que, estando en el umbral de los cincuenta, me preparo para las muchas sutiles y no tan sutiles manifestaciones de discriminación que me esperan.

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