Terapia de choque

Verónica Vega

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – “Los logros de un país no se deben definir por el número de hoteles que se construyen, sino por la calidad del plato de comida”, escuché decir a un hombre en la cola del pan. (Se refería a las estadísticas que difunden los medios oficiales, tan optimistas, tan parcializados, tan cínicos).

Sí, ese plato de comida que representa, para el cubano de a pie, el colofón del esfuerzo físico, mental, el presente garantizado, una tregua para la incertidumbre. La comida que sustituye a los sueños del intelecto, del espíritu, y hasta de la vanidad, condenándonos a un sempiterno primitivismo.

Ya la gente se queja en cualquier parte, abiertamente, hace análisis tan certeros de nuestra realidad económica, que me pregunto cuánto le falta por correr el último velo.

El velo que le permitiría nombrar directamente al responsable: el Gobierno, culpable de una administración pésima por la que somos una Isla, no tercermundista, sino desplazada de la velocidad del resto del mundo.

Pero ni siquiera los más lúcidos se atreven a salir de esa especie de fragmentación, en la que la disfuncionalidad que padecemos día a día, flota junto a los burócratas, la corrupción, la falta de información, de libertad (para expresar, actuar, influir en nuestro propio destino),  en un hervidero sin soluciones.

Sin embargo, se sabe que el bloqueo es una excusa que ya a casi nadie convence. Que el país enemigo, o cualquier país primermundista, es la meta de los emigrantes reales, posibles, potenciales, imaginarios… Porque la juventud crece y vive alimentando la no identidad y el  desarraigo.

Que en 60 años no se resolvió el problema de la vivienda, del transporte, ¡de los salarios!, ni el de que los hijos no pueden garantizar el cuidado de los padres, porque apenas pueden mantener a su descendencia, o a sí mismos.

Que las jóvenes no quieren parir en un país sin futuro, que la familia debe aceptar la separación por exilio, como en los 80, en los 90, en la primera década del nuevo milenio. Porque Cuba sigue siendo una estación de paso. Una sociedad caótica en la que no es posible fundar una empresa, un negocio, un evento cultural sin sufrir hostigamiento, coacciones económicas y políticas, mientras el progreso pende siempre de dos alternativas: pactar, vender el alma, o desafiar al sistema convirtiéndose en un paria social.

Ese velo piadoso que separa a los cubanos de la última realidad podría descorrerse si tan solo dejaran de leer la prensa, ver la televisión donde nos muestran un país inventado. Si tan solo dejaran de insillarse con el paquete semanal o cualquier amasijo de películas, shows, series, telenovelas que hipnotizan con ficciones ajenas, incapaces de cambiar nuestras vidas.

Que los medios controlan el mundo, está comprobado. Si la televisión cubana mostrara la Cuba que vivimos, la gente se sublevaría. Algunos tal vez no para reclamar sus derechos civiles, sino su derecho a seguir hipnotizados.

Si solo por un día, la ciudad con sus calles y aceras rotas, cuadras y cuadras de casas en mal estado; con las guaguas llenas, la gente maltratada, amargada, sus ancianos marchitos; los metros de basura y miasmas irrespirables; la imposibilidad de vivir directa y honestamente de nuestro trabajo (sin “desvíos” que nos humillan y penalizan); si todo eso fuera el objeto obligado de contemplación y reflexión, el último velo se rompería de un tirón.

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