Verónica Vega

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Hay un término que yo solía usar cuando me tocaba enfrentar una clara manifestación de egoísmo. Un slogan que se promovió oficialmente hace unos años, impreso incluso en las bolsas de nailon: “Lo mío primero”.

Siempre me pareció que al difundir tal filosofía, el riesgo de que prevaleciera el despotismo era superior a cualquier despertar nacionalista (que también suelen ser excluyentes y desordenados); pero hace un tiempo tengo que admitir haber chocado que un número alarmantemente creciente aplica lo que equivale a pensar: “Sólo lo mío”.

Desde los adolescentes que en plena guagua se llaman a gritos sin reparar en los delicados e inocentes oídos que, a una distancia de centímetros, sufren los estragos de su euforia, hasta el joven chofer que maneja como si llevara trastos en vez de personas y entre giros y frenazos te hace salir de la guagua con náuseas y cefalea.

O el otro chofer que por casi una hora te machaca con los escarceos lacrimógenos de “Aventura” o un atronador reguetón, o con las incurables cuitas de Orlando Contreras. Todo matizado con hacinamiento, calor, claustrofobia.

Sería ingenuo afirmar que es un mal generacional. Mi esposo vio cómo un anciano vendedor, una vez que él había separado y contado una mano de plátanos, mientras se volteaba un poco para sacar el dinero pero preservando en su campo visual mercancía y vendedor, un nada venerable viejito le quitó dos a la mano seguro de no ser visto.

Los cuidados que hay que poner para no ser estafado en cualquier parte, duplican la presión que ya demandan los irracionales precios y la dudosa calidad de muchos productos.

Un amigo me contaba de su reciente experiencia trabajando como extra en la filmación de la película “Cuba libre”, donde hacía de mambí. En una ocasión debían repartirle a los extras doble merienda y les dieron solo un pan con jamón argumentando que terminarían al mediodía. Pero terminaron a las cinco de la tarde. Mi amigo dice que él mismo vio cómo los panes que les escamotearon se los llevaban como botín en bolsas de nailon. ¿Serán esas minucias lo que clasifica de “búsqueda” para algunos trabajadores del ICAIC?

La acción que más defraudó a mi hijo de su maestra en séptimo grado (una Profesora General Integral), fue que en la primera celebración que se hizo en el aula, con la colaboración de los padres que aportaron dulces, galleticas, refrescos y todo lo habitual en las fiestas, la joven pedagoga?, dejó de distribuir entre los niños varias de las ofertas y luego cargó con ellas… para su casa.

Con semejantes educadores qué podemos esperar de los niños. Hace unos días, estando en el bulevar de San Rafael, unos chiquillos de tal vez ocho años iban por la calle lanzándose piedras sin pensar en la gente que los rodeaba. Le reclamé al que en ese momento tiraba una, que picó cerca de mí, pero ni se molestó en mirarme. Siguieron apedreándose como si la calle les perteneciera.

En los ómnibus que van o vienen de las playas del este es ya usual encontrar gente comportándose como si el vehículo fuese propio, o alquilado. Un coche con una niña dormida en el medio del pasillo, jóvenes sentados en las puertas obstruyendo el paso a los que intentan bajar, grupos que se pasan alegremente una caneca y de un rapto de risa surge uno de ira y una contienda.

“Sólo lo mío”, leo en las miradas y siento en las reacciones de gente que (de cualquier edad, sexo, raza), con toda naturalidad viola las más básicas normas de convivencia. Sin el menor respeto por el espacio del otro, por el cuerpo del otro, por la dignidad del otro, como si nadie jamás les hubiera dicho que el mundo que pisan es compartido.

Recuerdo que cuando regresé de Francia y me preguntaban qué me había impresionado más allá, pensaba siempre en dos cosas: el silencio, y los buenos modales. Hasta en el metro la gente que sin querer chocaba con uno se apresuraba a decir: Pardon!

No se parecía al capitalismo feroz que me describían en la escuela, no se parecía al individualismo descarnado que experimento cada día a mi alrededor y me asusta, seriamente me asusta, porque la preocupación oficial por lo que ya se denomina “auge de la indisciplina social” es espasmódica, sin continuidad.

Porque los que tienen autoridad objetiva para revalidar las leyes están bien lejos de la barbarie.

Y porque la reacción por instinto a tanta violencia, es la violencia recrudecida.

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