Sobre la libertad

Verónica Vega

El apostol

HAVANA TIMES — Este post me lo inspiró un reciente diálogo entre colaboradores de Havana Times.

En un momento se habló de los países donde los ciudadanos tienen libertad de expresión. Una colega planteaba que habiendo vivido fuera de Cuba, descubrió que la democracia es inoperante, aunque las personas puedan criticar al gobierno, asociarse libremente, practicar el pluripartidismo. El grueso de los ciudadanos no se interesa en ejercer esos derechos ni en contribuir a conciencia a mejorar su país.

Otro colega insistió en la necesidad de que los cubanos vivamos lo más pronto posible la realidad de expresarnos con total libertad, opinión que yo respaldé.

Reflexionando más tarde sobre el tema, llegué a la conclusión de que las comparaciones son siempre ineficaces y tienden a deformar la realidad. La libertad de expresión (y sus derivados: libertad de asociación, de credo, para crear empresas… etc.) no resuelve todos los problemas sociales, porque es solo el primer elemento para enfocar objetivamente el funcionamiento de un sistema.

Pero la imposibilidad de hablar de los problemas libre y públicamente, incluso de las causas reales de un descalabro económico, sí puede empeorar el panorama social, como ha sucedido en Cuba.

Una amiga cubana que vive en Austin, Texas me comentaba que parte de la responsabilidad de que Trump saliera electo fue la indiferencia de la población, que no votó, creo que en un 56 por ciento.

Eso demuestra que, en efecto, la gran mayoría de los ciudadanos, incluso en sistemas democráticos, opta por la inconsciencia civil. Y ello es también un ejercicio de libertad, pero lamentablemente fundado en la ignorancia.

Somos responsables del funcionamiento de nuestra casa, ciudad, país, mundo. Claro que no todos tenemos cultura política ni capacidad de liderar u organizar, pero siempre hay una manera de apoyar, desde nuestra propia esfera de acción.

La interpretación de la libertad como la facultad de hacer todo lo que nos place, choca muy pronto con todo tipo de límites: espaciales, temporales, materiales, corporales y hasta psíquicos. Sin contar las restricciones impuestas por las propias leyes sociales, hasta en los países más avanzados en cuestión de derechos.

Un joven me confesaba que para él la libertad consiste en no sentirse ahogado por las obligaciones, y ponía el ejemplo de países del primer mundo donde se vive a un ritmo desenfrenado. Ese estrés es para él la pérdida de la paz y considera que sin paz no se puede disfrutar la libertad.

Seguí coleccionando conceptos y reuní estos:

-Libertad es la capacidad de adaptarse, de aceptar, incluso, lo que no nos agrada.

-Libertad es la capacidad de entender, de identificarse con el otro.

-Libertad es no apegarse a nada ni a nadie. Vivir esa existencia como una representación, una obra de teatro, porque acabará la función y querámoslo o no, tendremos que abandonar el escenario.

-Libertad y felicidad son lo mismo. Y para mí la felicidad es la ausencia de contradicciones.

Este último criterio me recordó lo que Gandhi decía acerca de que la felicidad se manifiesta cuando están en armonía “lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace”. Entonces volví a sentir lo imperativo de la libertad de expresión.

¿Qué puede funcionar armoniosamente en un individuo o en millones, cuando la propia verdad es obstruida, censurada, omitida? Cuando la percepción de lo que nos rodea es distorsionada por interpretaciones, menos que subjetivas, manipuladas? Es como alterar el aire que respiramos.

La verdad es simplemente “lo que es, lo que existe, lo que ocurre” y la interpretación malintencionada de ella, la construcción mental o verbal, no pueden reemplazarla y su saldo es confusión, estancamiento, abulia.

La verdad es el principio de todo lo que nace. Para que el desarrollo sea natural, sano, se precisa que lo nacido siga creciendo en la verdad.

Y volviendo al tema que originó este post, en mi criterio, la libertad es simplemente una extensión de la verdad.

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