Que “aquello” no venga pa Cuba

Verónica Vega

El día que el presidente Trump anuncio su política con Cuba.

HAVANA TIMES — El día que Donald Trump declaró los anunciados cambios de su política hacia Cuba, me agarró en casa de un vendedor de accesorios de computadora.

Como el hombre tenía el televisor encendido (un plasma de proporciones gigantescas), le pregunté qué había dicho el presidente estadounidense. Me respondió:

-Nada.

Lo que en buen cubano significa “nada útil”, al menos, para nosotros.

Y mientras en su PC de enorme display y colosal chasis mostraba que el disco duro que me había interesado, funcionaba, siguió diciendo:

-Mira, yo no sé quién tú eres, tú no sabes quién soy yo y a lo mejor tú piensas… (hizo una pausa significativa). Lo único que te digo es que yo no quiero que “aquello” venga pa cá. Aquí todo el mundo está en algo, pero si “aquello” viene… (Otra pausa cargada de argumentos implícitos).

Tratando de ser cordial, dije que creía entender lo que sugería. Y mencioné lo mal que lo pasarían, por ejemplo, las personas de la tercera edad.

Él replicó:

-Los viejitos ya no van a poder vender café ni jabitas de nailon en la esquina… Mira, el vecinito mío, que es un niño, me dijo: “Por qué no dejaron entrar a Celia Cruz? Él no sabe ni quién es Celia Cruz, ni tú, ni yo tampoco… Sí, sé que era una negra que se ponía setecientas pelucas, pero las cosas son más complicadas de lo que parecen.

Sin estar de acuerdo con lo que decía, hice un ademán conciliatorio. Yo estaba en su casa y en calidad de cliente. Pero de haberle dado un orden a mis pensamientos en ese momento, sería más o menos este:

Si “aquello” viene pa cá, ya no podrás venderme ese disco duro en 70 CUC, porque lo compras afuera y lo revendes quién sabe con cuánta diferencia aprovechando que no está disponible en el mercado oficial. Y si estuviera, sería mucho más caro de lo que cuesta afuera y también que en el mercado negro, pues el Estado cubano es el revendedor más implacable.

“Aquí todo el mundo está en algo”, había dicho él. Es decir, algo ilegal. Y eso se acabará cuando “aquello” venga.

También el mísero negocio del café y las jabitas. Pero eso no es lo más malo.

Lo más malo es que esos viejitos vivieron esperando un futuro digno, no se sintieron con derecho a exigir un salario funcional y se conformaron, como él, con “estar en algo”, si podían. Muy, pero muy pocos, habrán adquirido una supercomputadora o un televisor plasma de enormes dimensiones. Lo más malo es que, aunque tengan el refrigerador vacío y la casa (si la tienen), a punto de desplomárseles encima, tampoco se sienten con derecho a exigir un retiro funcional.

Y es cierto, no tuve el privilegio de ver cantar a Celia Cruz. Solo he oído que era una artista cubana con un carisma cautivador e irrepetible; que se fue como se han ido y siguen yendo tantos de los hijos de esta Isla. Que puso muy en alto el prestigio de la música cubana, que abrió caminos para otros músicos latinos y reivindicó el papel de la figura femenina dentro de la música popular.

Que hubiera querido entrar y salir al país donde nacieron ella y su música, cada vez que hubiera querido y como se lo merecía. Que estaba segura de que su pueblo la habría recibido con alegría delirante, tal como reacciona ante celebridades extranjeras, pero con el orgullo adicional de ser parte de ese arte.

Y eso no es tan complicado. Lo malo es que desconocer a Celia no fue nuestra elección, nuestra decisión, y esa es la base de la pregunta que aquel niño vecino le había hecho.

Lo malo no es “aquello”, sino “esto”. Que no conozcamos nuestra historia y nuestra cultura. Que la gran mayoría se conforme con versiones editadas. Que el Gobierno decida quién sale y entra. Que no exijamos salarios ni pensiones dignas. Que se haya llegado a creer que desviar recursos, estafar al Estado y al prójimo, vivir de una reventa sustentada en el desabastecimiento nacional, es preferible a exigir el derecho a prosperar con un trabajo honesto, a salir y entrar libremente de nuestro propio país, a tener libre acceso a la información y libertad de opinión y de expresión.

Lo más malo es que un presidente extranjero, sea o no sincero, con las mejores o peores intenciones, sea quien tenga que hablar de empoderamiento ciudadano, respeto a la disidencia, elecciones libres… Temas que nuestro Gobierno jamás menciona, y el pueblo ha aprendido a fingir que no existen.  Aprendido hasta a convencerse de que su omisión no es la causa de tanta desposesión material y moral, tanto “daño antropológico”, tanta apatía, tanto desarraigo forzado, tanto exilio.

Lo malo es este estado enrarecido de cuestionarnos hasta lo evidente, de ignorar lo visible y lo tangible. Lo malo es que cualquier cosa que venga, de afuera o de adentro, es consecuencia de lo que tenemos, lo que permitimos germinar y arraigarse con nuestro silencio.

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