Por qué luchar contra el 349

Verónica Vega

Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES – Este post me lo inspiró un comentario del lector que firma como “Meresbala”,  en el texto de Francis Sánchez  Ese “Pacto” detrás del Decreto 349.

Dice el comentarista:

“Acaso los artistas están mejor sin el famoso decreto..??? porque este lo único que hace es hacer oficial lo que simplemente está implementado a dedo desde hace mucho y, adicionalmente, sirve de algo en Cuba lo que está o no escrito..??? las leyes..??? si nos guiamos por el librito, por lo que está escrito, el cubano no tuviese ningún problema, si tan solo lo que está debidamente escrito lo pudiesen utilizar a su favor o en su defensa, pero no es el caso, en la Isla todo lo que está escrito o en la imaginación del funcionario de turno es interpretado como una licencia, no poética, sino política y ya con eso basta…  No acabo de entender la diferencia que hace el decreto, acaso sirve de algo que Cuba sea firmante de la carta universal de los derechos humanos..????”

Voy a comenzar por lo más sencillo: decirle al lector que tiene toda la razón.

Después viene lo más difícil: tratar de explicar cómo funciona esa misma verdad pasada por el filtro de la mirada y experiencia de montones de individuos y disímiles generaciones.

Hace años que observo el movimiento artístico alternativo en Cuba, he visto cómo germinan grupos y proyectos que consiguen prolongar su existencia hasta un límite dictado, no por los interesados, sino por la fuerza invisible que rige la llamada “política cultural”.

Ese poder supuestamente omnímodo que encarna el PCC y determina la existencia de cualquier pulsación que pretenda declarar, establecer, defender un pensamiento independiente.

Por pura coquetería mediática el Gobierno cubano ha tenido que jugar a las falsas aperturas, y en cada generación artística de turno, hasta los más rebeldes y cuestionadores, en el fondo creen que sí hay libertad creativa, que el secreto está en no hacer críticas demasiado explícitas o directas.

Sin embargo, por el camino todos van chocando contra el muro y en la confusión del golpe, las múltiples reacciones, los mitos fomentados, el proyecto se disuelve y sus actores optan por el exilio o el insilio.

Los que se quedan, pero aún insisten en  defender su derecho a crear, a organizarse, se encuentran del otro lado de esa línea roja cuya ubicación exacta solo conoce el Gobierno.

Descubren, también, con gran estupor, que a su alrededor muy pocos creen en su experiencia como una realidad general. Nuevos y jóvenes artistas inician su propio aprendizaje sintiéndose los héroes del momento, con la habitual soberbia de la edad, el hipnotismo de una sociedad aletargada en el miedo que funciona (o disfunciona) por inercia, y la extendida tendencia a subvalorar la historia. Mucho más si es una historia distorsionada, exprofeso, por los agentes del propio Gobierno que difama y sataniza a los protagonistas de cualquier causa espontánea.

Siguiendo los ciclos naturales de reciclaje generacional, el proceso sería casi infinito, pero el surgimiento de nuevas figuras rebeldes, mucho más radicales, (Tania Bruguera, Lía Villares, Luis Manuel Otero Alcántara, Yanelis Núñez, Ana Olema…) y un evento como la #00Bienal de La Habana que generó un estado de libertad sin precedentes, de complicidad entre artistas independientes y otros con vínculos institucionales, marcó un detonante. Hay que señalar la propia evolución de ese movimiento donde sí existía ya conciencia de la transgresión. Era imposible coexistir con el candor de antaño, porque el evento fue desacreditado por las instituciones culturales y se esparció la alerta a los artistas oficiales de no involucrarse so riesgo de ser “castigados”.

La #00Bienal  de La Habana demostró que es posible hacer un gran evento alternativo con impacto internacional y total independencia del Estado, y eso, lógicamente, activó la alarma en los centros ocultos del poder, de donde se originan todas las políticas de autoprotección camufladas en regulaciones, decretos o leyes.

Si se lee cuidadosamente el Decreto 349, se observa el interés en inutilizar no solo la probabilidad de que un espacio independiente (galería, club, teatro, restaurante o lo que sea) coopere con cualquier actividad no aprobada por las autoridades culturales (es decir, por el Gobierno), y que en su defecto,  los artistas rebeldes no puedan siquiera recurrir al sagrado derecho de proyectarse dentro de sus propias casas. Una iniativa extrema que ya se había mostrado efectiva con el festival Poesía sin Fin, después de censurados y expulsados sus miembros, aparatosamente, de la Casa de la Cultura, en 2009.

El mérito del 349 es que significa la caída de la máscara, por fin, la declaración de guerra, más que a los artistas, a todo intento de expresar y sostener un pensamiento autónomo.

Y claro que los artistas no estaremos mucho mejor sin el 349, porque hay una estructura que hace posible este y tantos infames decretos que amparan la propia infame y contradictoria Constitución, y las burlas a pactos internacionales firmados; pero este decreto es un blanco preciso que permite visibilizar y convocar con más probabilidad de éxito por ser un terreno neutral en el sentido político.

El 349 es una grieta en el muro ¡qué por fin!, se ha hecho innegablemente visible para todos: artistas, cuentapropistas y cubanos con sentido común.

Puede terminar integrándose a esta sociedad enferma como una aberración más, o quedar en estado latente indefinidamente, quién sabe, pero como toda declaración de guerra, ha generado respuesta y hay que admitir que ha sido una respuesta múltiple que incluye a personas institucionalizadas, lo cual, dada la desidia endémica de Cuba, es un logro considerable.

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