Mi Habana ajena

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES – Recorrer la ciudad donde naciste, los mismos lugares archiconocidos, y que de pronto te sorprendan, no es común en esta Isla.

Los habaneros nacidos después de la Revolución estamos habituados a una extraña y antinatural sensación de estatismo. No hay grandes ni veloces transformaciones en el escenario capitalino. Las reparaciones o erupción de nuevos hoteles son lentas, y dan tiempo a adaptarlas a los ojos como parte del paisaje.

Pero hoy he tenido la rara experiencia de caminar por el bulevar de San Rafael, en Centro Habana, como si hubiera estado mucho tiempo ausente.

Comercios remodelados, uno tras otro, carteles, instalaciones… Una sala de videojuegos ¡estatal! El mismo negocio que fue declarado proscripto y confiscado a los cuentapropistas, ahora en manos del Gobierno, accesible a la luz del día. Los adolescentes y jóvenes ya no tienen que reunirse en cuartuchos de barrios insalubres, y jugar largas horas con la sensación de estar haciendo lo prohibido, (sensación ya rutinaria para los cubanos).

Las vidrieras de lo que fueran las salas del cine Rex y Duplex, que vi cerradas por años, en un deterioro irrefrenable, convertidas en un bar cafetería. El ambiente frío, impersonal, por más que el moderno diseño trate de crear un sello, una identidad.

Oleadas de recuerdos insistían en abrirse paso: escenas de las películas Billy el niño, El llamado de la Selva, y hasta una multitud que coreaba las canciones de La niña de los hoyitos. Nada de lo que veo me dice qué ocurrió aquí. Ni siquiera esas luces de neón al fondo, preservadas como detalle nostálgico.

Este año en Buenos Aires vi El Rey León (3D), en un cine doble cuyo ambiente y alegre multitud me recordó más, mucho más al Rex y Duplex, como no logra recordármelo esto.

A lo largo del bulevar, cuyo ambiente se parece al de las mudanzas, más cafeterías, comercios con objetos diversos, exóticos, a precios impagables. Hasta la tienda Variedades Galiano, (también irreconocible), tiene el aspecto de algo a medio nacer, como un híbrido entre lo que fue y una imitación de los grandes almacenes de países desarrollados. Pero se repiten estantes con las mismas ofertas y precios exorbitantes: ¡72 CUC una sobrecama! ¡112. 95 una lámpara de mesa, 87.95 una silla!

Todo parece diseñado para el que no vive en Cuba. El importe y los conceptos, donde se sienten la improvisación y el vacío. No hay nada que trazume los rescoldos del pasado, de una historia.

Todo ha sido barrido por una compulsión de seducir y vender, con la misma ansiedad con que algunos cubanos casi acosan a los extranjeros enumerándole ofertas con sonrisas falaces.

Todo parece una preparación precipitada para un cambio latente, telúrico, aún indescifrable.

No es mi Habana, en la que he sufrido desde el desmontaje de las figuras luminosas de Disney en las marquesinas del Cinecito (cine para niños), hasta la corrosión del granito en el piso, o el desmoche de los árboles del parque Fe del Valle para montar una zona WIFI.

No es La Habana donde he visto alcohólicos y mendigos amontonados en este mismo parque; perdedores de la vida, personajes sombríos que ya no se ven. Tal vez fueron eliminados de esta apurada tramoya para los reyes de España, como están siendo sacados los perros callejeros, para morir en Punta Brava por una inyección que los hará convulsionar durante casi una hora. Si es que no mueren de forma peor, saciando la fantasía de un sádico, en un país sin leyes para los indefensos.

No es mía tampoco esta calle Galiano donde no consigo alegrarme de la enorme instalación que representa la Vía Láctea; no es mía esta cúpula dorada del Capitolio y esas avenidas sin árboles.

No es mío el bullicio, la violencia de estas multitudes que tratan desesperadas, de montarse en el nuevo tren que se les impone sin consultarlos.

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