Más que una mujer que grita

Verónica Vega

Virgilio Piñera

HAVANA TIMES — El pasado domingo 16, caminando por los vericuetos de La Cabaña en plena Feria del Libro, vi un enorme poster con el rostro y el nombre de Virgilio Piñera y pensé: “Pronto estará ahí también Reynaldo Arenas”.

Y aunque suena demasiado optimista, es ya un alivio ver que el Premio Nacional de Literatura 2013 lo recibe una mujer como Reina María Rodríguez, quien ha defendido el derecho a ese ultrajado “país del lenguaje” desde el que los poetas reportan, en un exilio más hondo y peligroso que cualquier censura política.

En la propia ceremonia de entrega, en la sala Nicolás Guillén, la autora, laureada ya con la Orden de Artes y Letras de Francia con grado de Caballero en 1999 y la medalla Alejo Carpentier en 2002, habló de la necesidad de que salgan del silencio todas las voces exiliadas. A las que se le aplicó “muerte por silenciador”, como denunció en la “guerrita de los e-mails” del 2007, a propósito del escritor Antonio José Ponte, hoy co-director del sitio digital Diario de Cuba.

Ella misma, a través de su proyecto de la Torre de Letras, en esos libros cosidos que tienen el encanto de lo artesanía e impecables ediciones, ha ido recuperando esas voces que los cubanos de la isla desconocemos. Sólo a partir de esa reintegración se completará para ella ese premio, y yo digo que sólo con ello se reiniciará, lentamente, un proyecto de nación, de patria.

A pesar de los premios y una obra copiosa, Reina María se considera una autora sin estilo ni imaginación, que sólo cree en el trabajo, “de culo y mano”, como dice citando a su madre, modista que doblada sobre una máquina de coser Singer, disimulaba con sus prodigiosos diseños cuerpos deformes.

Ocupando un sitio “oficial” en la literatura cubana sólo a fuerza de talento, se ha rebelado contra la asfixia que dicta la “uniformada escalera de poder de los burócratas de turno”. En los 80 con Paideia, que era más que un proyecto literario: una   propuesta de política cultural autónoma, como bien definió Rafael Rojas.

Por supuesto que “la barrera de contención dijo: No a la alternativo; No, a la diferencia”. Somos muchos los que agradecemos que ella, como otros, hayan sobrevivido, aunque fuera por “la creatividad desmedida: por el ego como único cuchillo…”

Luego vino La Azotea, en su atalaya de la calle Ánimas, que “fue bautizada con antorchas encendidas sobre los muros sin repello (…) y se convertiría también en un refugio de artistas”.

Y hoy esta Torre de Letras que tenía su sitial en lo alto del Palacio del Segundo Cabo y ahora en un cuchitril en el noveno piso de la nueva sede del Instituto Cubano del Libro. Espacio ínfimo que ha permanecido abierto para artistas non gratos como los de Omni Zona Franca, el poeta y ex consejero cultural de la embajada de España Alberto Virella o el joven Coyula y su polémico filme “Memorias del desarrollo”.

Como bien dijo en el texto que leyó al recibir el premio, Reina quiere ser más que una mujer que grita, desde la poesía, ese oficio dudoso al que algunos ponen alas ridículas.

Y es más, mucho más: alguien que insiste en existir, a pesar del dolor y aunque no lo trascienda ni con la palabra. Alguien que vive una verdad que se expande más allá de la página. Alguien que nos ayuda a conservar la fe, aunque no lo sepa, y tal vez ni lo admita.

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