Los riesgos de humanizar a un heroe

Verónica Vega

Foto: Narinder Sandher

HAVANA TIMES – Siempre he dicho que para empezar a honrar verdaderamente a José Martí, un buen inicio sería demoler todos los bustos de yeso que hay no solo en las escuelas, sino en parques, empresas, ¡panaderías!, y a lo largo del país.

Seudoesculturas donde el rostro del patriota es, a veces, irreconocible, y germinan dondequiera que a alguien se le ocurrió levantar un pedestal al “autor intelectual del Moncada”.

El hombre auténtico, el poeta excelso, el político angustiado por la causa de Cuba, que no actuaba para impresionar, y de estar ahora entre nosotros tendría, sin duda, graves problemas políticos.

La vigente polémica que ha desatado el filme Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, censurado en la XVII Muestra de Cine Joven de La Habana, demuestra que el alma del poeta no aguanta más la presión del mármol, del yeso, de la manipulación.

El argumento de los organizadores del evento para justificar la censura fue que, en la cinta, “un personaje se expresa de forma inaceptable sobre José Martí”.

Como no he visto la película, todo lo que sé se limita a lo leído en medios no oficiales. Parece que hay una escena donde los dos protagonistas discuten sobre Martí y uno de ellos lo califica de “mojón” y “maricón”.

Ante tamaño atrevimiento, la respuesta institucional fue:

“Un insulto a Martí, sea el que sea y en el contexto que sea, es un asunto que no solo concierne al Icaic, sino a toda nuestra sociedad y a todos los que en el mundo comparten sus valores. No es algo que pueda admitirse simplemente como expresión de la libertad de creación”. El comunicado, leído por Roberto Smith en el acto que reemplazó a la exhibición del largometraje, también rechazó “cualquier expresión de irrespeto a los símbolos patrios y a las principales figuras de nuestra historia”.

Foto: Mia Marinkovic

El director, cuya prohibición, por supuesto, ha desatado la curiosidad y las expectativas del público, aclaró en su perfil de Facebook que descubrió a Martí fuera de “los libros de la escuela, muros y noticieros”, “en las cartas en que Máximo Gómez y Antonio Maceo lo criticaban y tildaban de ‘afeminado'”, “un Martí persona que cagaba y gustaba del hachís”. (…) Y también que, “cuando decidí dejar la escena en la película, sentía que atacarlo era, dadas las circunstancias, el mejor cariño…”

Y agregó: “¡Qué bella sería Cuba! ¡Qué bello sería un contexto en el que todos podamos decir y reaccionar espontáneamente, sin simulaciones y simulaciones de simulaciones…! (…) ¿Por qué razón Martí les tiene que gustar obligatoriamente a todos?, ¿por qué el tocororo, la palma, el escudo, el himno? ¿Por qué tanta irrealidad, rigidez, inocencia?”.

No sé si porque pertenezco a una generación más vieja, yo hubiera prefirido bajar del pedestal al héroe sin recurrir al insulto, pero entiendo que en el vaivén del péndulo todo lo tabú se dispara al extremo opuesto.

¿Y por qué no? Por qué los jóvenes, niños, viejos de Cuba, no pueden expresarse libremente de un hombre que decía de sí mismo: “¡Yo soy caballo sin silla, de nadie recibo ley y a nadie intento imponerla!

Por qué, si la edición y distorsión (muy permitidas) de las palabras e ideales martianos, y la plaga de bustos donde se ha lapidado la humanidad del héroe, son el peor insulto.

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