Los matices del racismo

Verónica Vega

Ofrenda. Foto: flikr.com

HAVANA TIMES — Agradezco al colega Yasser Farrés Delgado por tomarse la molestia de leer e incluso replicar mi post “¿Dónde está el sentido común?”.

El mero hecho de debatir sobre esta realidad lamentable es una forma de salir de la apatía que padecemos.

Pero me gustaría aclarar que no intento con ese texto demostrar la superioridad de ninguna etnia, mucho menos la inferioridad de otra, sino una forma de inconsciencia que va peligrosamente en aumento. Y es oportuno decir que la religión Yoruba, al menos en Cuba, es practicada por gente de cualquier raza, estatus o nivel cultural, aunque por los dividendos que exigen ciertos procesos, se ha convertido, como mencioné, en símbolo de jerarquía social.

En cuanto a la historia que Yasser refiere, ésta no incide en el contexto sociopolítico cubano de hoy, que requeriría un análisis aparte, incluyendo, por supuesto, la degradación actual de la que estos espectáculos repelentes son parte.

El mismo babalawo que entrevisté para HT, repudiaba la pérdida de valores en los practicantes que van, desde poner las ofrendas en sitios donde transitan niños, hasta que un sacerdote rompa la sacralidad del vínculo con una ahijada teniendo con ella relaciones sexuales, o la falta de escrúpulos al favorecer a clientes de altos ingresos.

Con respecto a las restricciones oficiales para el desarrollo de esta religión en Cuba, no enfrenta peores condiciones que otras prácticas orientales como diferentes escuelas yoga, pues a excepción del Hatha que ha sido vinculado a programas de salud, o la Kriya Yoga, fundada por Paramahansa Yogananda antes de 1959, están condenadas a la clandestinidad y la atrofia. No importa que su objetivo sea el mejoramiento humano. Hace décadas esperan la aprobación de una propuesta “ley de culto” que les permita la mínima libertad de asociación.

La religión Yoruba tiene un templo oficial y se estimula su proyección turística. Pero pienso que no se requiere apoyo oficial para desplegar la caridad, o dar ejemplo, sino de espiritualidad, al menos de ética. Aquí no hay apoyo oficial para tantas causas que la merecen y muchas se defienden en redes articuladas desde la alternatividad, como la protección a los animales callejeros, la producción y promoción del arte underground, el periodismo independiente.

Realmente ignoro si el número de personas que “se hacen santo” y se manifiestan con altanería e irrespeto son la mayoría, por eso dije: “en mi experiencia diaria”. Es una impresión personal que penosamente ha ido creciendo.

Mi pregunta sigue siendo: ¿es justo y permisible el saldo de desperdicios que deja una religión, no para sus practicantes, sino para la inmensa mayoría de los ciudadanos? Y ahora, con el agravante de esta plaga importada, que pone en peligro al país entero, detalle del que Yasser no hace la menos mención, aún si tuviera una justificación epistemológica, ¿debemos conformarnos con ella?

Concuerdo en el ecumenismo necesario en el ejercicio de la democracia, pero el derecho al credo personal termina justo cuando se apropia de un espacio público que no se le ha otorgado. Yo solía recoger caracoles en la costa de Alamar y en la playa de Cojímar para mis trabajos de artesanía. Llegó un momento en que tenía que escarbar entre plumas, huesos y otros restos, conteniendo la respiración. Una vez vi un saco que evidentemente contenía el cadáver de un cuadrúpedo, manchado de sangre, bajo una nube de moscas. Los niños ya no pueden jugar y bañarse en esas costas, en esas playas que nadie supervisa. Un amigo me contaba que renunció a visitar el Bosque de la Habana por la cantidad de cadáveres de jicoteas que se ven allí: el espectáculo es terrible y deprimente.

Yo solía citarme con amigos en el parque de H y 21, en el Vedado; las últimas ocasiones tuvimos que salir huyendo de allí por la pestilencia que emanaban las ofrendas alrededor de las ceibas. La cuestión de los basureros o las aguas albañales también tienen que ser enfocadas, pero temo que el origen no es el mismo y por ende, tampoco, la solución.

Imponer el fruto, pernicioso además, de una creencia, no es de ningún modo defendible, porque es el primer síntoma de falta de ecumenismo y de antidemocracia.

No solamente soy vegetariana sino considero que ninguna práctica que involucre el dolor y la matanza de seres vivos puede contribuir al despertar del alma humana sino, a su inevitable degradación. No tengo por qué ser testigo de ningún sacrificio.

A pesar de eso, como aclaré en mi post: “nunca le he impuesto a ningún santero mi desaprobación, puesto que su creencia y rituales no me conciernen”.

Racismo es cualquier forma de irrespeto y sometimiento. Condenar a animales indefensos a morir por una aspiración personal, que ni siquiera prevé el método más rápido e indoloro, ¿no es una brutal manifestación de coloniaje y racismo? Seres que confían en nosotros, que dependen de nosotros para su supervivencia.

La compasión es apenas uno de los primeros peldaños para un aspirante espiritual, y en cualquiera de las disciplinas milenarias conocidas, de cualquier cultura, el único sacrificio que se pide es el del ego: no hay nada ajeno que sacrificar, mucho menos una criatura inocente. Ningún bien individual, ni social, ni ecológico se deriva de la crueldad: esta es una verdad implacable.

Martí expresó: “Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud…” A estas alturas, atribuir la decadencia de una sociedad a lo que pasó hace siglos, es una comodidad, además de cuestionable, inútil.

Según esta premisa, Cuba está irremisiblemente condenada a la miseria moral y material. No solo por el “genocidio y epistemicidio” contra los emigrantes africanos sino contra sus habitantes nativos: los pacíficos aborígenes.

Hemos tenido largo tiempo para procesar los estragos de la historia. Pero si la prioridad de una comunidad es la prosperidad, (ni siquiera la virtud), la solución nunca vendrá de ofrendar el sufrimiento de animales, cuyo saldo, cómo ya estamos experimentando, es sólo retroceso.

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