Verónica Vega
HAVANA TIMES — En este mes tradicionalmente vinculado a honrar la figura materna, he recordado cómo nos enseñaban en la escuela a admirar a Mariana Grajales. Aquella extraordinaria mujer que luchaba por la independencia de Cuba, y era símbolo del máximo sacrificio al arrojar a sus propios hijos a la guerra.
Como la mayoría de los niños, leía esas anécdotas sin involucrarme plenamente y muchas veces, sin entenderlas. Los héroes de los libros de texto no me resultaban diferentes a los bustos de yeso y no imaginaba el horror de un campo de batalla, ni la paradoja de que justo el ser destinado a proteger, asumiera como un deber exhortar a sus vástagos a morir por un disparo o bayonetazo, mientras se defendían sólo con un machete.
Ahora, que me he formado mi propia visión del mundo absorbiendo y desechando, de lo que me han impuesto y de lo que he ido descubriendo, me he preguntado muchas veces si no habría sido más justo que Mariana dejara a sus hijos escoger su propio destino, y me alegro infinitamente de que, quienes hoy intentan cambios políticos en nuestro país, no contemplen la violencia como una alternativa.
Y pienso en mujeres como Yoani Sánchez, Larisa Diversent y Tania Bruguera, que han mostrado otra cara del valor, pero de quienes ningún estudiante en nuestro país recibirá en materia de educación cívica o historia, la más mínima pista.
La primera, admirable por decidir escribir su particular visión de la realidad cubana sin someterse a ninguna censura; la segunda, por compartir su conocimiento jurídico y ayudar al cubano de a pie a defenderse con las propias leyes de su país; la tercera, por defender su derecho a expresarse a través del arte, el derecho de su público a asistir a su obra, el derecho de entrar y salir libremente de su patria.
Y pienso además en los muchos seres de cuya vida podríamos aprender, y que ignoramos por deficiencias de información, por estar ellos en el anonimato, o porque se nos omiten.
Ya he mencionado que cuando a los 25 años vi el filme “Gandhi”, de Richard Attenborough, lamenté que ese héroe no haya estado entre tantos de los que nos hicieron memorizar citas y biografías. Me acuerdo de aquella frase de Reina María Rodríguez, sobre los “amores muertos de los anaqueles”, (los autores que uno adopta como salvaguarda) y entiendo la justa reacción de los adolescentes que reemplazan los mártires impuestos por estrellas de cine, de música, de deporte, o hasta de pornografía.
Hace tiempo y bajo un cristal sobre mi escritorio, tengo fotos de mis amores muertos, entre los que están Van Gogh, Isadora Duncan, Antoine de Saint Exupéry y Ernesto Sábato.
Durante un ejercicio que propuse una vez en un taller de narrativa, consistente en escribir sobre un autor muy querido, un tallerista lo hizo sobre Mark Twain, y describiendo el momento en que veía a sus hijos saludar la bandera y decir “Seremos como el Ché”, él añadía: “Y como Tom Sawyer”.
Sin ahondar en detalles como el adoctrinamiento y la violación a los derechos básicos del niño, entendí que esta persona había encontrado una conciliación, incluyendo mentalmente al personaje que había elegido.
Como pionera, también fui obligada a participar de este rito, sin ninguna conciencia de su significado, y muchos años después me pregunté:
-¿Por qué no podía elegir cómo quién quería ser?
-¿Por qué, si nos imponían un modelo a imitar, éste era un extranjero violento y radical y por qué no a Martí, al que se vanaglorian en llamar “el mejor de los cubanos”?
La contrapartida es que los rituales no cumplen ninguna función cuando se les ejecuta insinceramente, o cuando se heredan ya vacíos. No es un secreto que a las nuevas generaciones estos héroes, de los que sólo nos dan a conocer sus supuestas virtudes, le son cada vez más ajenos. Además de que la información oficial es cada vez más quebradiza, pues muchos niños y adolescentes estudian por fuentes alternativas como la Wikipedia.
Pero, mientras no se haga un cambio necesario y profundo en los programas de estudio y los métodos pedagógicos, al menos se podrían incluir ejemplos pacíficos, como Irena Sendler, o la Madre Teresa. Y puesto que se ha despenalizado la creencia religiosa, por qué no expandir la lista a místicos ejemplares, como San Francisco de Asís, ya que hasta la televisión admite la crisis de valores y urge activar el sentido de la compasión en estas descendencias marcadas por la confusión, la intolerancia y la insolidaridad.
Y no creo imposible que los maestros puedan ir proponiendo ejercicios donde los alumnos tengan la libertad de exponer, desde una información menos maniatada y rígida, quiénes son sus héroes y heroínas.
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