Los círculos de la tristeza

Verónica Vega

La Bahía de La Habana. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Cada vez que me la encuentro le noto el pelo más blanco, siempre recogido hacia atrás, el rostro donde jamás hay un rastro de coquetería, de maquillaje.

Nunca le he preguntado la edad pero calculo que frisa los sesenta. Un matrimonio que se deshizo entre partos, miseria e infidelidades.

Sufrió la separación de la hija que se fue en lancha a Miami, siguiendo al esposo, dejándole los dos niños mientras la joven pareja luchaba duro preparando el futuro de los dos angelitos.

Sufrió el suicidio del yerno allá en Miami, esa ciudad extraña mezcla de paraíso e infierno. Sacó fuerzas para consolar a la hija a distancia, para fingir ante los nietos, mientras corría con los trámites que los llevarían junto a la madre, lejos de ella.

Crió a una nieta rechazada por su madre, su ex nuera. La niña, muy agresiva, tenía serios problemas en la escuela. Ella logró que asistiera al psicólogo, a la iglesia, que la niña feúcha y hosca floreciera, que tuviera su fiesta de quince y su álbum de fotos.

Sufrió la enfermedad de su madre, su angustia por el hijo preso al que no le dejaban ver y del que la anciana quería con urgencia despedirse.

Una vez le dije que era un personaje de una de mis novelas. Sonrió, con ese orgullo inocente de trascender el anonimato aunque sea al alto costo de la tragedia.

La última vez que nos vimos me dijo con los ojos húmedos, la voz ahogada, que al hermano sólo lo dejaron ir al hospital cuando la madre estaba en un coma del que salió para la muerte.

Que en el juicio perdió el control y maldijo al fiscal, a la policía, al gobierno. De siete años que le pedían, con casi la garantía de salir absuelto por falta de pruebas, ahora le piden quince. Su explosión fue el clímax de un expediente cargado con actos de “desacato” a la policía.

El uniforme gris y azul le inspira un odio visceral. Porque lo han detenido por gusto, porque lo han golpeado teniendo las manos esposadas. Porque una vez su sobrina (la que está en Miami), lo defendió, y el policía también la golpeó a ella.

Mi amiga gesticula desesperada. Me dice que quiere ayudar al hermano, que van a apelar, que tiene que haber un modo de hacer justicia.

Pienso en su propia vida que se ha ido en sueños ajenos, en esos niños que han crecido y cuyas fotos me muestra con una mezcla de alegría y tristeza. En poco tiempo habrán olvidado su rostro, sus cuidados, sus palabras de afecto.

Quiero decirle que hay círculos que es preciso saltar antes de que se cierren con nosotros dentro. Pero no sé cómo. Me pregunto cómo hubiera sido su vida de haber nacido en otra parte.

Como si de verdad creyera en la potencialidad de un “hubiera”. O en esa teoría de una vida paralela (y feliz), a la que se puede escapar si uno la descubre a tiempo.

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