Ladrón en una guagua cubana, ¿Qué podemos esperar?

Por Verónica Vega

Ilustración por Yasser Castellanos de su serie “Pensando en Cuba”

HAVANA TIMES — Las guaguas en Cuba pueden ser escenarios de tantos dramas. Espacio obligado por un tiempo relativo, crea a veces una falsa y circunstancial intimidad entre gente extraña. Compartimos el mismo aire, las conversaciones, (tal vez los pensamientos) el límite de los cuerpos, los olores y las emociones.

Hace unos días, viajando en una repleta 462 hacia Regla, me sorprendió la voz de una mujer que exclamaba:

-¡Fuiste tú el que me cogió la pulsera! ¡Yo vi cuando te la guardabas en el bolsillo!

Una voz masculina replicó algo que no alcancé a oír. Miré hacia donde provenía el sonido pero un flujo de gente me separaba de los interlocutores. Aunque era una acusación grave, la voz femenina se sentía muy firme.

-Sácatela del bolsillo que de aquí vamos para la policía.

Me sorprendió que la gente a mi alrededor no mostrara interés en el asunto. Los que se conocían siguieron hablando, los que no, miraban hacia cualquier parte, con expresión de apatía.

La mujer insistía en su reclamo, cada vez con más énfasis. Imaginé la cara del hombre y pensé que, de ser culpable, debía desear que el piso se abriera y se lo tragara.

Frenó la guagua y como me bajaba en la siguiente parada, intenté avanzar hasta la puerta cuando oí la voz de la mujer: “¡Claro que es de oro, sinvergüenza!

Y entre el rumor de la gente, gritó:

-¡Miren, para que vean que yo tenía razón!”- y vi la mano en alto sosteniendo una pulsera de oro.

Al parecer, el ladrón había devuelto la prenda justo en la parada del semáforo de Guanabacoa, una de las más concurridas, y había bajado rápidamente perdiéndose entre la muchedumbre,

La mujer avanzó hacia el centro de la guagua. Era una mulata, vestida de blanco, tendría unos 60 años. Admiré que mostrara tanta resolución a pesar de que nadie la había apoyado. Pero en entonces sí que la gente mostró entusiasmo y hasta le ripostaron:

-¿Pero lo dejaste bajar así como así? ¡Tenías que haberle dado un piñazo!

-¡No, una patada en los huevos!.

-¡A esa gente hay que cortarle la mano para que no siga robando!

-.¡Hay que matarlos!

Cuando me bajé, entre dos pasajeros que repetían frases por el estilo, pensaba en que los cubanos no dejan de sorprenderme: qué rápido se ponen de acuerdo al idear un linchamiento pero cómo les cuesta apoyar al que defiende pacíficamente un derecho.

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