La verdad se elige

Verónica Vega

Contracorriente. Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES — La repercusión que tiene escribir para un sitio digital es misteriosa e impredecible.

Para mi sorpresa, el post Un cubano con móvil inteligente desató la solidaridad de una lectora que quiso ayudar al anónimo estudiante del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, quien sin saberlo se había convertido en objeto de compasión y crítica.

Por el deseo de esta lectora, volví a ver a mi vecina para hablar con su hijo y explicarle la situación. Me turbaba un poco la idea de cómo reaccionaría, y si estaría de acuerdo en ser el enlace con un estudiante con quien tal vez no tuviese siquiera empatía. Pero más me preocupaba imaginar la reacción del alumno desconocido, al conocer que una carencia suya había llegado a un foro social.

Pero mi sorpresa fue mayor cuando el muchacho nos contó la historia verdadera, no aquella que creí ver tras la anécdota de mi vecina.

Primero: al pedido del profesor, el estudiante había dicho que él no tenía un móvil inteligente “en ese momento”. Tenía uno, pero era de su novia.

Segundo: no es para nada un joven sin recursos, se viste con ropa y zapatos de marca.

Tercero: el pedido del profesor obedecía a una realidad ya prácticamente establecida.

Cuarto: los escritores tenemos demasiada imaginación.

Quinto: renuncio a entender cómo funciona en Cuba la relación salario-moda-tecnología.

El incidente me dejó pensando por varios días. Observaba a los jóvenes en la calle y por primera vez en muchos años vi esa fuerza indescriptible que hacen el tiempo y la voluntad individual y colectiva, esa mezcla dialéctica que va construyendo lo que llamamos “Historia”.

Mucho más de lo que podamos entender mediante la razón, explicar con perspicaces análisis, comparaciones y críticas, con apreciaciones tendenciosas o equilibradas: la fuerza de la vida.

¿Qué puede hacer que tantos jóvenes de un país tercermundista, con salarios por debajo de un dólar diario tengan móviles inteligentes y las clases universitarias adquieran un funcional dinamismo?

Una encuesta arrojaría muchos detalles interesantes, pero a grosso modo se sabe que la mayoría de esos equipos son importados, otros se compran por redes clandestinas y los costean los padres con ayuda de remesas, empleos cuentapropistas o desvío de recursos estatales.

Ahora, ¿por qué los jóvenes y, hasta sus padres, se dejan arrastrar por esa marea pujante del progreso en lugar de defender la verdad, es decir su imposibilidad de costearlos sin enormes sacrificios?

La respuesta es muy sencilla.

La verdad, como tanto se ha dicho, es relativa. Cada generación es hija de su tiempo, y prueba innegable es la velocidad con que los niños de diversas edades asimilan las nuevas tecnologías. Vienen con este conocimiento latente y están ansiosos por desplegarlo.

Y las ventajas de usar un Smartphone, medio móvil de comunicación y, a su vez  equipo de música, almacén de información intercambiable, medio de entretenimiento y objeto para exhibir y con el cual gratificar la dulce vanidad, son incuestionablemente reales.

La verdad es tan profunda, tan compleja, que está cargada de tendencias elegibles.

Hace un tiempo, conversando con un grupo de jóvenes egresados de la universidad, surgió la afirmación de que ellos pertenecían a la “generación de la apatía”. Diferían sobre casi todos los aspectos del funcionamiento de la sociedad cubana, pero admitían que no iban a hacer nada por cambiarla. Porque conocían de antemano las consecuencias, y la apatía era su mayor acto de sinceridad, y su forma de rebeldía.

¿Y quién soy yo para cuestionarlos? En mi juventud también estaba en desacuerdo con tantos aspectos de mi entorno social, y no tenía el discernimiento de si podrían mejorarse, ni cómo. Supongo (ya ni me acuerdo), que tenía la intuición de que rebelarse contra lo establecido equivalía a afrontar un monstruo. Y a quedarme sola en ese desafío.

Aunque sí fui decantando y separándome de la mentira, porque me repugnaba, no milité abiertamente por lo que consideraba justo. Como estos jóvenes de hoy, busqué mi felicidad en la misteriosa infinitud de lo disponible, por más pobre que este pareciera.

Y ya que hablamos de verdad, el activismo político es una de las vocaciones más excepcionales. La inmensa abrumadora mayoría de cada generación solo aspira a vivir su momento, donde le tocó nacer o donde haya mejores oportunidades.

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