Facebook o el mar de los reencuentros

Nosotros
los de entonces
ya no somos los mismos
-Pablo Neruda

Verónica Vega

Foto: Sandra Gómez

HAVANA TIMES – Pertenezco a la generación analógica cubana. La que vio muñequitos rusos en blanco y negro, y vivió el boom de las videocaseteras.

De mi padre emigrado solo recibía cartas cada tres meses y postales de cumpleaños. Tras años de silencio oí su voz en la distancia desde una cabina pública, entre gente extraña. Una voz metálica y ajena. No fue emocionante, aunque quería creer que sí: todo me resultó confuso y aturdidor.

Cuando viajé a Francia en 2011, entré a Facebook por primera vez. Sin nadie que me guiara, recorrí torpemente el itinerario que sugería el software. Me abrí una cuenta, puse una foto, y me mostré expedita a los reencuentros. Pero en mi exaltación, si conseguía recordar caras, olvidaba los nombres… todo era también confuso, aturdidor.

¿Es posible superar las amistades truncas, (la desbandada), el olvido forzado y décadas de silencio?

Una vez en Cuba, internet volvió a ser un lujo inaccesible. Hoy, pagando 1 CUC por hora de conexión, regreso a mi perfil en Facebook, pongo más fotos, textos, detalles, (como quien abre una gaveta, expone objetos personales), trato de que el espacio se parezca a mí, lo más posible.

Me asomo a un ciber-mar que no es prohibido, donde no me atraparán los guardacostas.

Y apremiada por la cuenta regresiva a la derecha de la pantalla, escarbo en ese ambiguo depósito que llaman “pasado”. Saco caras y nombres, me pregunto cuáles quisiera buscar, saber en qué se transformaron, mostrarles en qué me he convertido.

Y descubro que son ¡tan pocos!, porque el oleaje de la vida no se equivoca al desplazarnos.

¿Es así de devastador el tiempo en todas partes? El tiempo sí, pero no esta distancia mental que nos impusieron emborronando países y ciudades en una bruma impenetrable.  Convirtiendo en abismo 90 millas o 45 minutos de vuelo normal, sin contratiempos.

Muchos insistimos en los traumas de la escisión porque las despedidas no fueron orgánicas, las separaciones no fueron desprendimientos sino desgarros. Tuve amigos que se fueron en balsa; en lanchas pagadas con el valor total de lo que poseían; con matrimonios falsos; con la venta de una pintura espuria firmada por un falso Tomás Sánchez.

De pronto Facebook pregunta nombres de las escuelas donde estudié y no sé si reconocería a alguien de esta amalgama apurada de rostros borrosos.

Los nombres-caras, emergen espaciados, perplejos, tardíos. Algunos ni siquiera responden a la invocación. No logro dejar de pensar que son (somos), los sobrevivientes de un naufragio.

En pocas frases se resume el impacto del reencuentro. Traen ecos de un mundo demasiado distinto, demasiado ajeno. A la mayoría no les interesa el presente o futuro de esta Isla. No leen Havana Times o cualquier otro sitio donde se plasma nuestra compleja realidad social. Se fueron precisamente porque opinar, cuestionar, era sinónimo de peligro y ahora lo es de indiferencia. O de olvido.

No es malo ni bueno. No hay a quién culpar. Cada cual reaccionó como pudo, quiso, o era su destino. (No sabemos cuáles de nuestras reacciones son improvisaciones o parte de un guión escrito).

Casi todos de los que se asoman, se asombran de que no me haya ido. Se espantan de que no sienta pudor de seguir en un país sentenciado, tal vez no a muerte, pero sí al estrangulamiento del progreso y otras formas de libertad. Se resisten a creer que hay un sentido en vivir, crear, aspirar a… dentro de Cuba. Como si reconocerlo invalidara su elección, su ausencia, hasta su éxito.

No sé cómo decir que todos los caminos conducen al mismo lugar sin que suene a seudofilosofía o a autoconsuelo. Así que no lo digo, solo lo pienso. Siento tristeza y me pregunto por qué, si ningún reencuentro es peor que una partida. 

Y me doy cuenta de que hay rostros que giran, fijos en mi memoria y que no voy a encontrar, aunque recuerde rigurosamente sus nombres y apellidos. Hasta sus gestos, el timbre de su voz, la intransferible particularidad de una mirada. Porque partieron mucho más lejos y ya no son alcanzables con un cursor o un “enter”.

Porque todo no es recuperable. Y la muerte es una región inaccesible para la tecnología, en cualquier parte.

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