El repudio no es cosa del pasado

Verónica Vega

Trasgresión. Ilustración por Yasser Castellanos.

HAVANA TIMES — El artículo de Martín Guevara Gusanos de seda y revolucionarios de cuerda, me hizo reflexionar en dónde y cómo se gestan los sentimientos torcidos que hacen creer un derecho el humillar al prójimo públicamente.

Es uno de los aspectos más oscuros del proceso revolucionario, algo que no tiene defensa y que está en sus mismos presupuestos.

Desde el momento en que los nacidos en Cuba dejaron de ser cubanos para ser por fuerza “revolucionarios”, desde que Fidel dio el ejemplo tildando públicamente de “traición” toda divergencia, amparado en la efervescencia del momento y en su popularidad, se construyeron los cimientos de un sistema sin respeto a la verdad ni a la diferencia.

Después vinieron extensiones de esa misma intolerancia que fueron asumidas por la población con candidez o, por inercia, o como instinto de conservación, porque ya estaba bien demarcado lo “correcto o incorrecto”. Lo que fuera surgiendo y cayera en el terreno de la duda como la religión, la relación con familiares emigrados o el vuelo creativo de artistas e intelectuales, fue refrenado a su debido tiempo. Las “palabras de Fidel a los intelectuales” son en sí mismas una prueba irrefutable de extremismo y antidemocracia.

Pero para evacuar dudas están sus discursos en los que aborda cómo tratar a los amantes del rock o a los homosexuales, y su reacción ante el suceso del Mariel donde no escatimó ofensas contra los que buscaron en la embajada del Perú una alternativa para abandonar la Isla. Muchos no porque quisieran  dejar su casa y su Patria, sino por vivir en un sistema que no le permitía opinar sobre lo que consideraban disfuncional o injusto.

El cómo se debía tratar al que protestara lo dejó muy claro Fidel a lo largo de su largo mandato: los que se van no son emigrantes, sino apátridas, escoria, lumpen y cuanta injuria se le ocurriera al repudiante autorizado.

Ahora muchos que se identifican con el proceso que llamaron “socialismo” o con el fallecido líder tratan de diluir la culpa atribuyéndola a la inexperiencia, la confusión o hasta la tergiversación de las directrices gubernamentales, pero los propios discursos de Fidel reflejan un pensamiento en el que no anidan la inclusión o la reconciliación.

A poco tiempo antes del deceso de Fidel, Barack Obama, el entonces presidente de Estados Unidos (no en un espacio abierto y ante un público reunido espontáneamente, sino en un teatro y ante una audiencia selecta en La Habana), hablaba de cómo la política de deshielo han propiciado “la reconciliación entre individuos y familias, viendo como cubanos y cubano-americanos han podido colaborar juntos”, y decía directamente: “Creo que los ciudadanos deberían ser libres de decir su opinión sin miedo, de reunirse, de criticar a su Gobierno y de protestar pacíficamente”.

Las reflexiones que a propósito de ese discurso y con la rúbrica de Fidel aparecieron en el periódico Granma, no dejaron ni dejan duda sobre su posición de eterna confrontación que llevada a la práctica, invalidaría el sentido de semejante visita y cualquier acercamiento diplomático con nuestro país vecino donde, para completar, vive y prospera una creciente comunidad de cubanos.

Mitín Repudio. Ilustración por Yasser Castellanos

Pero siguiendo el hilo al que me condujo el post de Martin Guevara, pienso que el germen del repudio está tan arraigado en Cuba, que se activa muy fácilmente. Como todavía el estudiar o trabajar en las instituciones estatales exige confiabilidad política, basta señalar a un “diferente” desde arriba (la dirección de una escuela, una empresa, etc), y la cooperación con el rechazo es instantáneo.

Cuando mi hijo cursaba el onceno grado en el preuniversitario Lázaro Peña, en Alamar, y él y otro estudiante reclamaban su derecho a entrar a clases sin cortarse el pelo casi al rape, como supuestamente regía el reglamento, la dirección de la escuela preparó a un grupo de estudiantes para “salirle al frente” a los dos rebeldes, incluso con violencia física si intentaban ingresar a sus aulas. Solo tenían muy claro que no debía intervenir ningún adulto, ya que los “repudiados” eran menores de edad.

Casualmente cuando se tomó la drástica medida yo le había pedido a mi hijo y a su compañero que no fueran más a la escuela, y esperaran el resultado de la reclamación legal. Sin embargo, los estudiantes aleccionados sobre los “diferentes”, no dejaron de abuchearlos cuando se los encontraban por la calle.

Como reveló el post de Maikel Paneque Fanatismo contra un fondo blanco, ahora los mítines de repudio se planifican mucho más sofisticadamente, pues la meta es siempre dar la impresión (ante la opinión internacional) de que son reacciones espontáneas de un pueblo fiel a su Revolución y a su invicto Comandante. Parte de un pueblo que ya ha debilitado su moral viviendo de desviar recursos estatales, que nunca ha tenido un salario que le permita vivir diciendo lo que piensa ni se cuestiona si los agredidos están defendiendo derechos que también le pertenecen.

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