El precio de la uniformidad

Verónica Vega

HAVANA TIMES — Por mi limitadísimo acceso a internet, leo los comentarios en HT gracias a que me los envía el editor y, (misterios de la conexión cubana), muchas veces me llegan recortados así que solo puedo leer los enunciados. Esto desestimula mi interés y anula mi presencia en cualquier debate.

Pero el que desató el post “Uniformefobia”, me ha motivado a participar tardíamente por medio de este artículo. No tanto porque el autor de ese post es mi hijo, (que puede responder por sí mismo), sino por la crítica que hace un lector a sus padres.

Primero quisiera decir que es fácil atacar a quien tiene el valor de exponer parte de su vida y sus sentimientos, pues quienes critican están a la sombra, (muchos bajo seudónimos), con sus vidas y errores muy a salvo. La mayoría no viven en Cuba, así que ni siquiera padecen lo que juzgan, y sucede que en este caso denotan también desconocer aspectos de lo que someten a juicio.

Por esto voy a tratar de hacer una síntesis de los sucesos que llevaron a Kabir a dejar el pre universitario, cosa difícil porque la historia es larga y evocarla no me es agradable.

Desde que mi hijo estaba aproximadamente en segundo grado, me preguntaba por qué tenía que cortarse el pelo. Muchos de mis amigos llevaban el pelo largo y el padre de un compañero de aula usaba una trenza muy larga. Cada vez que le tocaba pelarse y se resistía, yo le decía que en la escuela lo exigían así, pero con el paso del tiempo, me di cuenta de que no tenía ningún argumento propio. Mientras tanto, sus preguntas se volvían cada vez más precisas:

“¿Por qué es malo tener el pelo largo si mi pelo no hace daño a nadie? ¿Por qué las niñas sí pueden? ¿Por qué en ellas no es una indisciplina incluso si lo tienen suelto?”

A alguien que se le intentan inculcar valores de igualdad, libertad, sinceridad, ¿cómo responderle honestamente? Le dije: Tienes razón, voy a preguntarle a la maestra (para entonces ya estaba en tercer grado).

La maestra, que no parecía preparada para semejante pregunta, habló de un reglamento escolar que no pudo mostrar ni citar textualmente, y terminó aceptando, así pasó el tercero y el cuarto grados, que fueron los últimos años de una excelente pedagoga, y se retiró de la enseñanza.

La maestra que le tocó a Kabir en quinto empezó a mostrar una intolerancia cada vez más visible, y luego de varios incidentes, pedí en la dirección que cambiaran a mi hijo de aula.

Pero ya la “estigmatización” parecía hecha, y la situación no mejoró con una segunda y tercera maestras. Lo curioso es que ante la pregunta de que si Kabir tenía problemas académicos o de disciplina, las tres maestras lo negaban rotundamente.

Consulté a una psicóloga y me sugirió que cambiara al niño de escuela. Lo hice y funcionó, pudo terminar el quinto grado y hacer el sexto como un niño “normal”, a pesar de su larga trenza. Una queja presentada en el municipio de educación sólo sirvió para que enviaran a una inspectora, quien me dijo que las maestras del conflicto “estaban en observación”, y firmó una autorización para retirar la caracterización espuria que habían intentado colocar en su expediente.

La nueva maestra se asombraba de que hubieran podido considerar a Kabir (con sus propias palabras),” tan inteligente y respetuoso”, como un niño conflictivo. Esa joven y el maestro que tuvo en sexto grado, le tomaron un cariño especial, pero la experiencia pasada había sido tan amarga que cuando otros me preguntaban si mi hijo tenía una promesa, (religiosa), terminé diciendo que sí. Esta mentira nos trajo una paz inesperada, se convirtió en un argumento mucho más aceptable que cualquier insinuación sobre la verdad o el respeto a la identidad.

También, en los tres años de secundaria, donde la directora, con quien me había sincerado, lo apoyó incondicionalmente.

Para el primer año de pre universitario la política con respecto al pelado masculino se había recrudecido. La directora del pre “Lázaro Peña”, en Alamar, dijo tajantemente que sin pelarse no podía entrar. Kabir, que estaba muy entusiasmado con los profesores y el nuevo programa de estudios, se vio una vez más ante el viejo dilema. Yo tenía que viajar a Francia, a promover mi primera novela, y los trámites no me permitían volcarme en otra maraña de reclamaciones.

El accedió a pelarse sin ninguna alegría y continuó sus clases, pero la madre de un estudiante que había conocido en la secundaria y había defendido la misma causa con su hijo en varias escuelas del país, nos dijo que la ley estaba de parte de los muchachos. Ella, por su carrera de marxismo, había estudiado Derecho Cubano. Para ese momento el pelo de Kabir había crecido unos pocos centímetros, y ya exigían que el pelado fuera prácticamente “a lo militar”. Estando yo en Francia supe que Educación Provincial había admitido que no tenía autoridad jurídica para negarles a los dos adolescentes el derecho a asistir a su escuela, y así pudieron cursar el décimo grado.

A inicios de onceno se repitió la misma actitud por parte de la directora del pre, que ahora sí enarbolaba un reglamento escolar donde se exigía a los varones presentarse a la escuela “correctamente pelados y afeitados”. Que el término “correcto” sea relativo, no era un problema por el acuerdo tácito que ha establecido oficialmente la tradición machista. Los cuatro padres iniciamos una demanda legal, donde, entre otras razones, se señalaba que:

“La Constitución de la República, en su capítulo VI Igualdad, establece en su artículo 42 que la discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra lesiva a la dignidad humana está proscrita y es sancionada por la ley.

Y en su artículo 43: El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana: disfrutan de la enseñanza en todas las instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las universidades, que son las mismas para todos.

Y la convención de los Derechos del Niño, de la que Cuba es firmante (sin reservas) desde el año 1991, establece: Los Estados Partes adoptarán cuantas medidas sean adecuadas para velar porque la disciplina escolar se administre de modo compatible con la dignidad humana del niño y de conformidad con la presente convención”.

En opinión de la Fiscalía General de la República, donde fuimos citados, la argumentación anterior no demostraba que se violaba la Constitución y era sólo “una interpretación personal”. Entre tanto, ambos adolescentes habían asistido día a día a su escuela solo para ser expulsados una y otra vez. Ya la dirección del pre había generado un ambiente de rechazo hacia los dos “diferentes”, que amenazaba convertirse en un acto de repudio. Y ahí fue que ambos decidieron abandonar el curso, del que no les dejaron recibir ni una clase, y donde les habían negado hasta los libros de texto.

Quisiera señalar que durante el décimo grado pude ver que la enseñanza en el pre no era mejor que la secundaria: había déficit de profesores, exceso de matrícula, la diferencia entre el programa y las clases aplicadas, era abismal. El aula de Kabir quedaba justo al lado de un baño cuyas emanaciones eran irrespirables. Lo vivíamos los padres en las reuniones y se presentaron quejas que jamás fructificaron. Siempre me resultó absurdo que en un ambiente tan caótico, la estética del cabello masculino concentrara tanta atención y energía.

A lo largo de nuestra extraña travesía conocí a jóvenes que me confesaban su deseo de tener el pelo largo, pero sus padres no los defendían, algunos eran obligados a pelarse bajo amenazas, incluso golpes. Estos se volvían rebeldes, rechazaban la escuela y hasta sus hogares. Otro muchacho tuvo que recurrir a un papel firmado por un psiquiatra para justificar su melena con la que disimulaba un defecto en las orejas.

Que el pelado masculino sea obligatorio y un aspecto de la “disciplina escolar”, en Cuba o en cualquier país, es una negación a los principios que hoy se defienden como extensión del derecho a la libertad de pensamiento. Es paradójico que ya se hable de cambio de sexo, (lo que implica operaciones e implantes) y persista el tabú con el pelo largo en los varones, que, dicho sea de paso, crece de forma absolutamente natural. La pluralidad se extiende a la imagen, y es parte de la búsqueda de la identidad.

Entre los mismos que defendieron ese derecho están Karl Marx, José Martí, y Antón Makarenko. Es una batalla que se ganará, tarde o temprano, como ganaron los Testigos de Jehová que se aceptara su negativa a que sus hijos saludaran la bandera o portaran una pañoleta, después de una larga tradición de prejuicio y discriminación.

La “uniformidad” sólo se logra con el sacrificio de parte de la vida, porque lo natural es la diversidad.

Por último, quisiera aclarar que Kabir nunca renunció a estudiar, pero la matrícula de once en la facultad no abre hasta agosto de este año. Otras consideraciones malintencionadas no valen ni el intento de responderlas.

Y, al lector que firma EDUARDO: He leído tus comentarios y llegué a la conclusión de que tus intervenciones no son honestas, así que es inútil aspirar a un debate serio contigo.

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