¿Desaparecerá Cuba?

Por Veronica Vega

Foto de archivo: Yamil Lage / AFP

HAVANA TIMES – Una vecina me pidió le copiara películas para soportar el confinamiento, y me preguntó por algunas del actual cine cubano. Me sorprendió y conmovió su entusiasmo. Porque hace tiempo me aburre un cine en el cual la verdad aparece solo a trozos, en el que lo más punzante es indecible.

No solo en el arte. En el día a día está escondido tras tantas máscaras y escorzos, que l@s cuban@s ya no sabemos quiénes somos, mientras nos enfrentamos en discusiones histéricas, dentro y fuera de la Isla.

Acepto que no me identifico con casi nada de lo que hoy es (socialmente) Cuba. Vivo en un extraño inxilio, como alguien que flota lo más posible sobre las miasmas de la realidad. Una realidad estática y, sin embargo, tan violenta.

Y hoy tropecé con un post en Facebook, en el cual alguien que solo conozco por sus acertadas reflexiones, dice:

“Si seguimos emigrando como lo estamos haciendo, Cuba va a desaparecer. Yo misma a veces siento que va a suceder en cualquier momento”. Luego cita a Froilán Escobar: “Nosotros concurridos a desaparecer, pero Martí, no. Mientras haya cubanos, Martí va a existir”, y ella vuelve a la pregunta de si desaparecemos, a pesar del sentimiento y el ego, y si sería realmente mejor que desapareciéramos.

El desangramiento demográfico cubano es un hecho demasiado común (como el mar que nos circunda), desde la generación de mis padres. Pero nunca me había formulado esa espantosa pregunta: ¿Vale la pena conservar el alma de esta Isla? Ese sueño mental, tan maltratado y desecho que ya hasta nuestra identidad nativa se ha tornado borrosa y fantasmal.

Me descubrí pensando exactamente lo que le he reprochado a amigos y familiares exiliados, quienes ven a este país como un proyecto condenado, del que tuvieron la suerte de escapar.

Mi primera novela se llama Aquí lo que hay es que irse (una frase de dudosa sintaxis que ha devenido en sentencia nacional). Sin embargo, en esa trama autobiográfica yo lucho, junto a mi hijo, mi pareja y un grupo de artistas, por demostrar que sí puede fundarse y sostenerse algo en este pedazo de tierra con forma de caimán.

Pero eso fue hace una década, y diez años tienen el poder de demoler pilares sin mantenimiento. Y si no, basta mirar todos los que han hundido en el polvo, las lluvias y vientos del trópico. Edificios de una arquitectura sólida, venidos de repente abajo, con las historias de varias generaciones, incluso sobre cabezas vivas que todavía generaban sueños.

No obstante, hace un año y medio presenté esa novela en Miami, y entre intelectuales del exilio, entre emociones y lágrimas, yo defendía la utilidad de mi regreso por una nación salvable todavía.

¿Cómo se esfumó esa convicción? Tal vez cuando, reclamando (otra vez con un grupo de artistas), la autonomía del arte y la expresión del pensamiento, vi de cerca la cara oculta del Estado, su inexorable maquinaria de represión, que tritura pacientemente los restos de inocencia, los cándidos discursos de derechos y libertades. Como la descubrieron tantos que hoy miran desde lejos al terruño, con nostalgia quizás, pero con alivio.

O tal vez fue por la persistencia de las crisis, nombradas con eufemismos que no consiguen disolver la acrecencia de la alarma y la decepción. Tal vez por la irrupción del covid-19 y las nuevas justificaciones para el desabastecimiento y el férreo control.

Tal vez de tanto atestiguar la resistencia eterna de l@s cuban@ de a pie, que se doblegan una y otra vez ante las promesas fallidas, la disfunción perenne, la ausencia de todo, hasta de medicamentos.

No sé. Me descubrí hoy dándole crédito en mi mente a esa pregunta que antes era impensable. Y no me sorprendí.

Más bien jugué a imaginar cómo sería si Cuba se queda vacía porque emigraron todos los jóvenes, todos los niños, todas las embarazadas y mujeres fértiles. Los ascendientes vamos cayendo por el peso de la edad. Y un día las enredaderas surgen, trepan por edificios, casas, cercas, parques… sepultando hasta los monumentos a Martí, bajo un manto verde.

Adónde irá a parar tanto sentimiento y ego, esa soberbia ingenua que no ha servido para salvar un país.

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