Del sueño a la realidad

Verónica Vega

Fotograma de Balseros

HAVANA TIMES — Leer en HT la entrevista a Carles Bosch, director del documental “Balseros”, me recordó el impacto que me causó el documental. Como para cualquier cubano marcado por el exilio, cada personaje se convertía en una especie de alter ego y su destino no me era indiferente.

Recuerdo muy bien la tarde en que, desde el malecón y con unos amigos, vi por primera vez cómo se lanzaban al mar unos jóvenes en aquellas embarcaciones frágiles: el abismo debajo y el horizonte la quimérica meta; me parecía irreal, como si estuviese presenciando la filmación de una película. La gente alrededor hacía comentarios y chistes: el cubano, como me dijo alguien una vez, no tiene sentido de lo trágico.

Días después un conocido me comentaba que había vivido un incidente terrible la noche anterior en la costa de Alamar, mientras bebía y compartía con unos amigos en ocasión de su cumpleaños. La fiesta se suspendió cuando alguien descubrió, entre los arrecifes, la mano de un niño.

Esos despojos que traían las olas constituían la única prueba tangible de lo que estaba ocurriendo mar afuera. Desde tierra firme, sólo los familiares vivían las punzadas de la angustia asechando noticias, escuchando las listas de nombres que se leían por Radio Martí.

Desde la distancia y para los demás, aquella inmensidad de agua era solamente una oportunidad más, de escapar de la miseria y la falta de libertad, de alcanzar ese sueño que todavía estremece a la abrumadora mayoría de los jóvenes: las costas de Miami, el glorioso Yuma.

“Balseros” va desmontando gradualmente el mito, en lo que le toca vivir a cada personaje: la realidad que encuentra del otro lado. Realidad que no desmiente las ventajas de una sociedad desarrollada, pero que no llegan igual para el exiliado. Se presentan atropelladas, hirientes, a veces inentendibles. El reto de insertarse en esa dinámica veloz con experiencia nula, la mayoría sin saber inglés y remolcando el estupor y la nostalgia.

Tal vez uno de los contrastes más violentos es la sorpresa de Méricis cuando sale del país con su hija, no a través de una balsa sino por “el Bombo” y al llegar y encontrar con mucha dificultad a su hermana en Nuevo México se entera de que terminó metida en la droga. Méricis había dicho antes de salir de Cuba: “Yo veo un futuro bueno; tengo aspiraciones de llegar a ser algo, tal vez no la gerente de una empresa pero tengo la aspiración de algo bueno y algo grande…”

Pero el peor contraste es siempre para los que quedaron en Cuba, la madre, la esposa, los hijos, que tuvieron que conformarse con la incertidumbre, (en el caso de los desaparecidos en el mar, que por suerte no es el destino de ninguno en esta película), pero también para los que ven disolverse sus esperanzas a veces en el silencio, la intermitencia de los mensajes, la transformación del rostro conocido, la voz conocida, en un ser extraño.

Como tantas cosas caras a Cuba nunca hemos podido conocer esas estadísticas: la de los que apostaron por el sueño y nunca llegaron, y tal vez la más común: las de aquellos que se quedaron y la emigración sólo añadió a sus carencias algún alivio esporádico, (o ninguno) y los traumas de la ausencia.

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