De lo posible y lo imposible en Cuba

Verónica Vega

Acera ocupada. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — La oportuna intervención de un lector en mi post “Las ventajas de ser pobre (I)”, ha desatado en mi cabeza una convulsión de reflexiones. El lector, que firma Octavio López, expresa:

“La conducta descrita en el artículo ante las dificultades con el arroz, se halla generalizada en la población ante las deplorables condiciones de todo tipo que afectan su existencia diaria. Ese ha sido el mayor y más exitoso logro de la cúpula gobernante, el haber domesticado al pueblo, inculcándole casi genéticamente la resignación ante la desastrosa situación en que está sumido, sin que reaccione ni haga realmente nada concreto y efectivo para mejorar sus condiciones de vida, como no sea el abandonar el país.

Para empezar, estoy de acuerdo con cada palabra del comentario, a pesar de que no fue ese discernimiento lo que me llevó a escribirlo. Reconozco que la ironía es un recurso resbaloso que puede hacernos caer donde no queremos.

Pero ahora quisiera hablar de este asunto delicado que los comentaristas (cubanos y extranjeros) mencionan tanto: ¿qué hemos hecho nosotros, los cubanos de a pie, para salir de esta desastrosa situación? ¿Por qué no nos manifestamos contra los bajos salarios, los precios abusivos, la mala calidad de los productos, de la educación o la atención médica, el déficit de transporte…? ¿Por qué la solución sigue siendo una balsa o una visa?

Me resulta curioso (y no me refiero al lector Octavio López pues no sé si vive en Cuba), que la mayoría de los foristas comentan desde otros países, pero son muy lúcidos en su visión de lo que funcionaría, tienen propuestas concretas y hablan de la necesidad del coraje. He visto esto en los debates de Havana Times y en sitios como Diario de Cuba, del que también soy colaboradora.

Asumo que desde la distancia y con el libre acceso a la información, el panorama se ve mucho más objetivamente y las soluciones parecen aplicables. Sin embargo, al igual que en las predicciones deportivas, temo que la realidad resulta más compleja de lo que puede arrojar el análisis de las estadísticas.

Esa genética resignación que menciona el lector, que no es ningún fatalismo, sino consecuencia del egoísmo individual y colectivo, es muy tangible, y se manifiesta mucho más que los crecientes raptos de inconformidad.

Quejarse de una realidad tan aplastante como los exorbitantes precios o la mala calidad de los alimentos, por ejemplo, cualquiera sabe que es un desgaste inútil, y tampoco existe un consenso sobre cómo procesar esa inconformidad general.

La gente no está organizada ni le interesa organizarse. Si tratas de organizar te señalan, te estigmatizan y te aíslan, y lo peor: los que te apoyaban en secreto te abandonan a la luz pública.

Hay gente que tiene miedo de perder lo que tiene, pero también hay mucha gente a la que sencillamente no le interesa mover un dedo para apoyar otra causa que la propia, porque han encontrado vías personales de escape, o porque el precio de la justicia le parece demasiado alto.

Los grupos ya organizados también están fragmentados y enfrentan la hostilidad gubernamental, y la indiferencia ciudadana. Hay reclamos individuales que fructifican, sí, pero a muy largo plazo y a un alto costo moral y físico. Los “canales establecidos” (léase oficiales), son prácticamente una burla, no en balde ya se comenta que el programa “Cuba dice”, debería llamarse “Cuba hace”, pero lo que aún no existe es una conciencia de que los hacedores podríamos ser nosotros.

Cuando un problema colectivo no puede solucionarse colectivamente, existe el recurso de retraerse a la solución individual, o si no es posible, al alivio de un comentario, una sátira… a la radicalización política, o al exilio. Desafiar la voluntad del mar o al destino (individual), es más fácil, está demostrado, que poner de acuerdo a una nación entera.

Sin embargo la domesticación no es solamente externa, sino interna. Se puede ser libre desde que uno decide no colaborar en lo que depende estrictamente de uno: no trabajando para el estado, no gritando consignas que no siente, no aceptando beneficios a cambio de lealtad política, no atacando a otros por su pensamiento, expresando su verdad en un espacio como este.

Y por último: hacer de la adversidad un móvil para despertar la conciencia, es también un derecho individual, y una forma de no colaborar con la injusticia, al menos con la de sumirnos en la total desidia.

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