Cuba: el país inventado

Verónica Vega

En los libros de historia de Cuba jamás se le menciona a Hubert Matos.  Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — Nunca entendí ese recurso tan usado en telenovelas de gran audiencia, donde la pareja protagonista logra unirse tras cuantiosos reveses (y capítulos), y los separa otra vez la intervención de un rival. Siempre con una estrategia tan simple como una carta dudosa, una presunta infidelidad, un burdo chisme que no se verifica.

Me parece un recurso barato y una burla a la inteligencia más básica. Tal vez los auditores no protestan porque se conocen ya la fórmula: los amantes volverán a encontrarse en el último capítulo, y si hay cien de por medio eso solo garantiza más horas de entretenimiento.

Pero, ¿y cuándo sucede en la vida real? ¿Y si lo que se arriesga es la integridad física y psíquica de un ser de carne y hueso? ¿Cuándo son años irreversibles los que se pierden tras una ficción que aceptamos como impávidos televidentes?

Enterarme de la muerte de Huber Matos me ha dejado esa amarga sensación.

A pesar de haber luchado junto a aquellos que hoy llenan las paredes de escuelas y oficinas, o nos miran con pétreos ojos desde sitiales de mármol, en los libros de historia de Cuba jamás se le menciona. Los que lo conocieron podrán identificarlo en una foto de grupo, o en esos videos desteñidos donde se ven alegres barbudos protagonizando un instante de gloria.

Veinte años de cárcel y el exilio bastan para disolver las dudas, los rumores, los velados reproches. Bastan para convertir la luz en oscuridad, la verdad en falacia, la presencia en Nada. Después de todo, la historia se hace en las arenas del tiempo, y un solo lamido del mar deja la superficie lista para nuevos trazos.

A Matos lo condenaron en un juicio público donde ni siquiera se le concedió la palabra. ¿Por qué esa multitud enardecida en lugar de gritar: “¡Paredón!” no exigió que él también hablase? ¿Por qué, igual que ante las malas obras que intentan imitar el verdadero arte, los auditores se conforman con una sola versión?

Cuando miro ejemplos recientes, me duele admitir que en cinco décadas, en este sentido no ha cambiado nada.

Pasó con la poetisa María Elena Cruz Varela que desapareció en otra niebla de exilio y desmemoria. Con las víctimas de la Primavera Negra, con Orlando Zapata, que murió en prisión mientras los medios oficiales ridiculizaban los motivos de su huelga de hambre. A ninguno de ellos se le hizo una entrevista para TV o prensa: jamás se les concedió la palabra.

Yoani Sanchez. Foto: Kelly Knaub

Pasa con Yoani Sánchez a quien solo se le cita en los medios oficiales como ciberterrorista o, apátrida con la vil ventaja de la ausencia y el silencio impuesto. Con el proyecto Estado de Sats. Con Oswaldo Payá, que cobró existencia oficial cuando ya no tenía ni voz para defenderse.

Pasa ahora mismo con las noticias sobre Venezuela, a través de un canal donde las voces de Henrique Capriles o Leopoldo López no se escuchan, o se escuchan editadas.

¿Acaso no somos seres pensantes? Desear saber lo que piensa el opositor (o el acusado), precisar su versión para completar un juicio, ¿no es simple sentido común? ¿Quién nos garantiza que mañana no seamos nosotros las víctimas de la mordaza o de la reconstrucción?

El monopolio de la información es poder, no lo dudo, pero la verdad tiene sus propias alas. Cuando llego a sentir que estamos en un país inventado, donde montones de voces ahogadas vagan en la niebla de la omisión, me acuerdo de la película  “El show de Truman”, y recuerdo que sólo quienes no buscan la verdad se conformarán (para siempre) con una isla ficticia, admirando una puesta de sol… de cartón.

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