Cómo sería Cuba con libertad de expresión

Verónica Vega

Foto: Chris Tucker

HAVANA TIMES — Suelo decir que para mí escribir en Havana Times es un ejercicio de reubicación, de reajuste, como lo es, en general, poder expresar la verdad públicamente en Cuba.

Intento comentar, más que los problemas del cubano de a pie, sobre el país en que vivo, que no aparece en la prensa ni en la televisión.

Leer cualquier medio de prensa oficialista puede provocar serios daños psicológicos a quien no haya desarrollado tolerancia con las violentas contradicciones de la naturaleza humana (y entre éstos me incluyo): desconcierto, ira, impotencia. A veces el grado de absurdo, insinceridad o cinismo de los textos es tal, que me hace estallar en carcajadas. Por supuesto, no es una risa realmente sana.

Echando un vistazo a un ejemplar del periódico Juventud Rebelde, del pasado mes de marzo, me enteré tardíamente del proyecto “Cuba en tu mochila”, que abarcó todo el país como parte de las celebraciones por el 55 aniversario de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

Por mi desinformación voluntaria, ignoraba que tal evento se había realizado ya dos veces. En esta tercera edición, según un artículo de Hugo García (JR Martes, 14 de marzo), ante la pregunta: ¿Qué llevarías de Cuba en tu mochila?, en la ciudad de Matanzas, “volvieron a sorprender” las respuestas de los colectivos de varias instituciones oficiales como el Cupet, el Telecentro TV Yumurí, un instituto pedagógico o los residentes de la barriada de La Marina.

Según el autor: “Un joven priorizaría pequeños bustos de Martí y Camilo; otros un puñadito de tierra de su patio, la fuerza, dignidad, alegría y el valor de los cubanos, su música, la bandera.”

El artículo me hizo recordar una ocasión en que, estando mi hijo adolescente con varios colegas, me acerqué y les pregunté:

-“¿Te sientes orgulloso de ser cubano?” “¿Usarías un pulóver con la bandera cubana?”

Uno de ellos respondió en el mismo tono con que hubiera hablado desde el podio escolar o ante las cámaras de la TV:

-“Claro que sí. Yo amo mi bandera y mi patria”.

Mi hijo le aclaró que conmigo no había ningún problema (de reprobación o delación) y para distender la tensión, dijo:

– “Me siento orgulloso de ser cubano pero no de mi gente. Cuba se ha convertido en un pueblo hipócrita”.

Entonces se generó una pausa cargada de gravedad, o de cierta tristeza. Y empezaron a fluir criterios más espontáneos:

-Me pondría un pulóver con la bandera cubana, pero no con otros símbolos, como del partido, la cara del Ché o de “los cinco”.

-Me gusta mi país pero me gustaría conocer otros.

-Quiero viajar, no emigrar, pero si encuentro un país que me gusta más que éste, me quedo.

-¿Por qué tengo que perder mi ciudadanía?

-¿Por qué no puedo ir a ver a mi familia que está afuera? Me gustaría poder pagar yo mismo mi pasaje.

-¿Por qué no puedo salir de Cuba y entrar libremente?

-¿Por qué a los extranjeros no les preguntan si “se quedaron”? Viven dondequiera y el tiempo que quieran sin tener que dar explicaciones.

El amor natural por su país afloró con más fuerza en la medida en que se sintieron más libres de  expresarse, más libres de la sujeción del compromiso.

-Cuba es única, es especial.

-Me quedaría en mi país si me trataran como a una persona.

-Si de verdad se arreglan las relaciones con Estados Unidos, yo no me iría.

-Sí, me gustaría poder decidir lo que sucede en Cuba.

Esta experiencia me provocó el deseo de hacer una encuesta anónima, con preguntas similares. No la he hecho a causa de mi timidez, y de que me conozco susceptible a probables reacciones de hostilidad o suspicacia (siempre aclaro que no tengo las garras de una verdadera periodista).

Pero el artículo oficialista que motivó este post, debo admitir que desbordó mi imaginación. Pensé en lo que cargaban los balseros en sus mochilas antes de la derogación de la Ley Pies secos, pies mojados: ¿estatuas de Martí y Camilo? ¿Un puñadito de tierra de su patio?

El amor a la patria que se sentían forzados a abandonar, solo les permitía portar lo mínimo para garantizar su sobrevivencia. En tiempos de guerra hasta los ritos de la memoria estorban. Llevarían quizás contra el pecho fotos de seres queridos, (no de mártires impuestos como iconos), o amuletos de su verdadera fe.

Pero, ¿qué llevan en sus maletas los cubanos que se van legalmente? Ya sea que salgan por reunificación familiar, matrimonios con extranjeros, o invitados como turistas (para visitas familiares, participar en eventos profesionales, etc.), a países donde luego pedirán asilo político. Muchos preparan su equipaje conscientes de su decisión de no volver, aunque no se la confíen a nadie.

Y, ¿qué llevan en sus maletas los oficiales que desertan, o los hijos de altos dirigentes a quienes no detienen sus grandes privilegios dentro de la isla? ¿O los cubanos que salen de misión con la secreta esperanza de abrirse camino en el país de destino o en otro al que puedan llegar? ¿Estatuas de Martí y Camilo? ¿Un puñadito de tierra de su patio?

Y qué llevan de lo que no pesa, de lo que no se detecta en la aduana y no se puede confiscar:

Renuncia, dolor, rabia, frustraciones. Ambiciones. Ansias de libertad.

Si solamente pudieran decir la verdad… Creo que la lista sería interminable.

Y, ¿cómo sería Cuba si esa libertad de expresión fuera un derecho legislado, aplicado y respetado, en todos los órdenes?

La televisión y la prensa nacionales se llenarían de quejas, denuncias, inconformidades. De propuestas y proyectos. Se formarían debates y redes.

Habría que ver entonces adónde irían a parar tantos bustos de yeso, y qué los reemplazaría.

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