A pesar de la tecnología

Verónica Vega

Tremendo tiempo. Foto: Juan Suarez

HAVANA TIMES — Un eslogan que vi en una guagua: “Kola Loka se te extraña…” me recordó de repente la ola de comentarios recientes en HT defendiendo la TV americana.

Lo primero que me provocó el eslogan, por supuesto, fue una sonrisa. “Qué ingenioso”, pensé. Y por esas asociaciones misteriosas, miré a la gente que estaba en la guagua: jóvenes de mirada torva, no tan jóvenes y hasta ancianos con expresión lúgubre. En ninguno de ellos se percibía algo que recordara al afecto.

Entonces fue cuando pensé en los comentarios sobre la TV. Y en lo que significa un eslogan, la propaganda, en cómo se han explotado las tendencias instintivas o psicológicas del ser humano arraigándole dependencias, pero sobre todo, deshumanizándolo.

Me pregunté cuánto se estimula a dar afecto, en general, a través de los medios. Y concluí que de verdad estamos jodidos, cuando suena gracioso, hasta creíble, que se use un término asociado al afecto para referirse a una goma de pegar, y en los medios que nos bombean de información diariamente, incluso en Cuba, el afecto no encuentre apenas maneras orgánicas y auténticas de estimularse.

Porque muy pocos spots, como algunos de la serie “Para la vida”, logran un mensaje verosímil, sin clichés o tono de “teque”, generando justo lo contrario.

La cantidad de pulgadas que alcanzan los plasmas de los televisores modernos, (o monitores) delatan apenas cuánto ha crecido el control mediático y con él la necesidad de ser absorbido cada vez más por mundos virtuales, por la monstruosa industria del entretenimiento.

Control incalculable y casi omnipresente del pensamiento que dictará pautas para afianzar el poder de gobiernos y monopolios a los que le importa un pito el sufrimiento de la humanidad, (individual o colectivo), de los animales o hasta del planeta.

Gracias a la tecnología el hombre ha reemplazado capacidades innatas como la telepatía, la precognición y hasta la empatía. Gracias a la tecnología se ensanchan más los precipicios que abre el individualismo, tanto en los sistemas capitalistas como en los remedos de socialismo.

A pesar de la tecnología el hombre no ha eliminado el dolor que produce la soledad, las decepciones, las pérdidas morales o materiales. A pesar del progreso en la medicina, que asegura la cura de enfermedades horribles, aparecen otras, y las costosas prórrogas que se le ponen al envejecimiento sólo denotan nuestra dificultad para aceptar los procesos naturales, nuestra incapacidad de asumir y disfrutar la vida tal como es: una evolución constante, una sucesión de cambios.

Gracias a los mundos virtuales, sugestivos y carísimos, el hombre trabaja como un esclavo para tener más (de mejor marca, calidad, tamaño), y desconoce universos internos cuyo alcance no tienen más costo que la atención, e invaluables beneficios.

Gracias a lo que hemos aprendido a través de los medios, un eslogan puede establecer con nosotros una relación más íntima, más directa, más confiable, que la de un pasajero.  Y la juventud sabe mucho de cómo expresar sexualidad pero nada, apenas nada de cómo se expresa el afecto, la compasión, o el respeto.

Gracias a la tecnología se han infringido incalculables daños al ecosistema y la guerra es un asunto mucho más grave, más catastrófico que hace milenios.

Y sí, gracias a ella el ser humano ha diseñado sociedades seguras y confortables, ha tendido puentes entre naciones, se han salvado vidas, se han abierto canales de expresión, se han re-articulado tramas mutiladas por restricciones políticas. Se producen acercamientos, redes de ayuda, se puede organizar y encauzar el pensamiento progresista. Gracias a la tecnología estoy publicando este post.

Pero es obvio que algo se nos ha ido de las manos. Y los índices de suicidio en países del primerísimo mundo revelan que el frenético desarrollo tecnológico no accede a las zonas más profundas del alma humana.

La línea entre la razón y la locura es extremadamente fina. Y la diferencia entre uno y otro resultado está en la intención. Es un dilema tan viejo como el mundo.

Ahora, la verdadera pregunta se la hace cada cual al final, (desde un palacio moderno o un tugurio), cuando le toca irse: si alcanzó algo que se pueda llevar, o si se va como un mendigo.

 

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