Tienes mucha suerte de vivir en Cuba

Rosa Martinez

HAVANA TIMES — Cuando Paul, un buen amigo estadounidense,  lea este post dirá una vez más que nosotros los cubanos siempre nos estamos quejando.

Mientras Juliano, un italiano, me repetirá por enésima ocasión: tienes mucha suerte de vivir en Cuba, si pasaras algún tiempo en cualquier otro país valorarías mejor tu Isla.

Mis dos amigos concuerdan en que en Cuba existen problemas como en todos los rincones del mundo, pero ambos creen que este es uno de los mejores lugares del planeta.

No sé si este último argumento sea cierto, pues ni siquiera conozco la capital de Cuba, mucho menos ningún otro país, quizás nunca lo haga; en lo que sí concuerdo con ellos es en que los cubanos nos quejamos demasiado, y la razón no es precisamente lo que dijo el periodista y director del Granma Lázaro Barredo Medina  de que nos hemos acostumbrados a abrir la boca como pichones en espera de la comida.

En realidad es la falta de oportunidades lo que nos ha convertido en unos llorones que creemos que si contamos nuestros males alguien vendrá de Martes o de Júpiter a solucionar lo que nosotros mismos no hemos sido capaces de resolver.

Es por eso que cada vez me resulta más difícil escribir algún post relacionado con las miles de carencias que tengo, como trabajadora, como mujer y como cubana.

Siento que cuando me lamento me parezco a unos vecinos míos que se sientan en la esquina el día entero y quieren ser los dueños del mundo, sin trabajar, sin estudiar, solo por pasarse conversando de zapatos de marca o de la última canción de reggaetón.

Pero hoy me voy a olvidar de Paul y de Juliano, hoy dejaré que me llamen llorona, o que los amigos lectores crean que siempre me estoy quejando.

Hoy escribo sobre los días 20 de cada mes. Es que para mí los 20 son los días más terribles del año.

Saben ¿por qué? Pues porque es cuando cobro mi salario por el trabajo del mes y saco las cuentas que nunca dan.

Una vez más llego a la oficina de la pagadora y la miro con rabia como si ella fuera la culpable de los bajos salarios del país, la miro con deseos de ahogarla entre mis manos como si  de ella dependieran los altos precios de la carne de cerdo, del tomate, los zapatos y los adornos de cabeza de Tania.

Miro a la pagadora y una vez mas abro las manos para alcanzar el sobre que lleva dentro la maravillosa cifra de 600 pesos, y una vez mas me pregunto, ¿cómo llego con esto hasta el otro 20?

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