La mujer que ama los perros

Rosa Martinez

Foto: Elio Delgado Valdes

HAVANA TIMES — Tengo una amiga que vive en una isla del Caribe desde hace cuatro años. Una bella región, según las imágenes que encontré en Internet y las que ella gentilmente me envió para que conociera el lugar donde ha pasado estos últimos años.

Me enamoré de Bahamas a primera vista, de sus playas, bellos hoteles, ciudad moderna, tradiciones antiguas, bellas flores, gente alegre, idioma inglés y salarios en dólares americanos.

Cómo no enamorarme de ese paraíso caribeño tan parecido al mío, y al mismo tiempo tan diferente.

Miles de veces soñé con visitarla. No se necesitaba visado para ir allá, solo pasaporte y dinero para pasaje, no es difícil ¿verdad? Pon los pies en la tierra, negra, me dije, de ninguna manera podría reunir, sin ayuda, los dólares para comprar el boleto de ida y vuelta.

Quizás podía encontrar alguien que me invitara, ¿porqué no?, cuántos no han salido de Cuba gracias al apoyo de personas que han conocido por casualidad y los han ayudado con carta de invitación, dinero…

No podré conocer ningún bahamés, pensé. Tengo pocas posibilidades de acceder a Internet y cuando lo hago apenas me alcanza el tiempo para revisar el correo o leer alguna que otra noticia importante. Esa tampoco era una alternativa posible.

Quizás consiga un contrato de trabajo, estoy segura que allá necesitan más de un profesor universitario, y aquí varios han viajado al Caribe a dar clases de español, pero como salí definitivamente de la universidad tampoco de esa forma podría conseguir mi anhelo.

Sin posibilidades reales dejé de pensar en Bahamas, poco a poco dejé de imaginarme su mar, sus calles, dejé de practicar inglés y de investigar sobre su cultura y tradiciones.

Tiempo después, mi amiga que vive allá me preguntó de sopetón si quería permanecer en Bahamas durante seis meses, pues debía venir para Cuba y debía dejar a alguien de confianza realizando su trabajo.

Sin pensarlo, creo que sin acabar de escucharla, le dije que sí, que estoy loca por conocer ese país, sin mencionar que nunca he salido de Cuba.

Pero ella no le hizo caso a mi entusiasmo precipitado y me dijo, “primero debo explicarte todo lo que debes hacer”, mientras ella trataba de darme detalles yo comenzaba a soñar nuevamente.

“Debes cuidar varios perros que son los niños lindos de la casa”. Amo los animales- me dije, especialmente los perros. “Son cinco y son inmensos”, siguió “y hay que aguantar sus malcriadeces sin protestar” –nunca luché con más de uno, pero no importa me las arreglaré.

“La casa es inmensa y tú sola deberás encargarte de todo, excepto cocinar”, agregó. Soy trabajadora, y estoy acostumbrada a realizar todo tipo de trabajo hogareño. “Te envié las fotos de la casa, recuerdas bien cómo es ¿verdad? Qué importa el tamaño si al final de la semana los dólares me quitarán el cansancio.

“Los dueños no te maltratarán, pero tampoco serán tus amigos”. Eso no me preocupa, no voy a buscar amigos voy a trabajar y a conocer.

“Y por último, señaló, prepárate para pasar seis meses exclusivamente dentro de la casa, solo verás la ciudad cuando llegues y cuando regreses, ni más ni menos”.

¿Qué cosa?, le pregunté, repite, please repite ¿seré una prisionera?

Podía olvidar mi título universitario y otros diplomas académicos y dedicarme a realizar labores domésticas; podía, incluso, cuidar varios canes mal educados y lidiar con personas poco amistosas, pero, ¡estar presa en un país extraño, aunque bello!, con eso sí que no podía.

Por eso sigo aquí, porque no acepté ser la mujer que amaba los perros.

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