Un amigo inolvidable

Por Pedro P Morejón

Consolación del Sur, Pinar del Rio, Cuba. Foto: Robin Thom

HAVANA TIMES – Todavía lo recuerdo. Tal parece que lo estoy mirando, bajito, delgado, pero con una energía y un carácter increíbles.

Al mediodía iba en su bicicleta, cargado con una jaba llena de pozuelos. Llevaba el almuerzo y la comida a su anciana madre y a una hermana que padecía depresión o algún trastorno psiquiátrico. Y así continuó esa rutina día tras día.

Todavía me acuerdo de Eduardo Diez, conocido por Eddy. Unos de los mejores amigos que tuve, pero nunca lo pude monopolizar. Tenía decenas de amigos más y cientos de personas que lo querían. No solo fue un buen amigo. Era, además, un buen esposo, un excelente padre y un gran hijo y hermano. Y también un hombre cabal. Era de esos que a pesar de su bondad “no tienen pelo en la lengua” y “le cantan las cuarenta” a cualquiera que se lo merezca, porque no tenía miedo.

Eddy fue un hombre de estudios. Un entomólogo de excelencia. Podía hablar durante horas de todo tipo de insectos y sus características con una fluidez enciclopédica. En realidad, podía hablar durante horas de cualquier tema, porque era un gran conversador y con él se escapaba el tiempo sin darme cuenta. Pero a él no se le escapaba, pues siempre estaba haciendo algo.

Era su casa, la única que visitaba en el barrio, de una familia maravillosa, gente buena.

Tenía una gran capacidad de trabajo. Era algo parecido a un hiperkinético. Lo podías ver trabajando, pescando, cocinando, siempre en alguna actividad provechosa.

Trabajó durante mucho tiempo dirigiendo la campaña contra el Aedes aegypti en Consolación del Sur. Muy sacrificado por la salud de su pueblo, llegó incluso a Santiago de Cuba, en el oriente del país, por los años 90, al frente de la campaña, en una época en que el dengue estaba haciendo estragos entre la población santiaguera.

Gozaba de preparación, prestigio y responsabilidad, por esa razón lo escogían para las tareas más exigentes, pero cuando la entonces Sección de Intereses en La Habana, de Los Estados Unidos de América, lo aprobó junto a los suyos, por el programa de reunificación familiar, de nada valió su ejecutoria laboral.

Evidentemente, como jamás se sumó a la comparsa ni participó de la política oficial, quizás por ello, sumado a su voluntad de emigrar, lo convirtieron en una especie de marginado, máxime cuando jamás ocultó lo que pensaba. En ese momento involucionó, de ser un trabajador y dirigente ejemplar y cualificado, a un sujeto no confiable, sin prestigio en su centro laboral.

Decidió marcharse y esperar la salida. Quería vivir un futuro mejor, no tanto para él, sino para sus hijas.

Lamentablemente, el sueño de una vida mejor, aunque fuera lejos del terruño de sus recuerdos, solo quedó en eso, un sueño. Una enfermedad agresiva puso fin a su existencia terrenal un 4 de octubre del 2006.

Se marchó relativamente joven, contaba con poco más de 50 años. Espero que donde quiera que se encuentre lo consuele el saber que su familia pudo emigrar, y que sus hijas se desarrollan en un país de oportunidades.

Años después he podido contactar a su esposa, y así es como lo recuerda:

-Fue mi gran amor, aún nadie lo ha suplantado, su lugar continúa vacío. Su recuerdo dejó las huellas de su amor a la familia y a todo el que lo conoció. Su vida fue ejemplo.
Y todos lo que le conocimos, queremos recordarlo como un amigo inolvidable, un hombre de sólidos principios y buenos sentimientos.

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