Los niños cubanos de hoy y de siempre

Niñas cubanas. Foto: Aaron Kroun

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Mi infancia trascurrió en los años 80, una época esquizofrénica en Cuba, cuando la mayoría de la gente vivía en una especie de burbuja. No existía la Internet, ni los teléfonos inteligentes.

Quienes salían del país lo hacían para participar en conflictos: Nicaragua, Etiopía, Angola… naciones por entonces más precarias, u otras de regímenes similares como la exUnión Soviética o las de Europa oriental y por eso los llamados internacionalistas no vislumbraban la otra cara de la realidad.

Los otros, aquellos que emigraban hacia los Estados Unidos u otra región similar, eran considerados contrarrevolucionarios, gusanos, apátridas, y no tenían derecho a regresar.

Yo era un niño curioso que quería saber. Me apasionaba leer y jugar al ajedrez. También, como cualquier infante, sobre todo del campo, jugaba a la pelota, a las chinatas, a los escondidos…y aprendí a nadar solo, en una laguna. Cuando a los 15 años, a escondidas de mi familia, crucé a nado la presa Ramírez, de la que se decía que cada año cobraba alguna vida, me sentí todo un hombre por tal hazaña.

¿Mi vestimenta habitual? Fuera de la escuela, un short nada más, excepto cuando salía a Consolación del Sur con mi madre o mi abuela. Ahí vestía la única muda de ropa para la ocasión, generalmente un pantalón de láster, un par de mocasines y una camisa a cuadros o de ginga,

Los niños de entonces solo pensábamos en jugar. Éramos inocentes, al menos yo, que con 8 años me creía el cuento de la cigüeña. Solo queríamos juguetes, que estaban escasos y así éramos felices.

Después vino lo peor, las denominadas escuelas al campo, con su marca de trabajo infantil, frío, hambre, sueño, menos libertad y un ambiente hostil, saturado de promiscuidad y adoctrinamiento ideológico.

Los niños de hoy son tan diferentes… Ahora sus pasatiempos son los tablets, teléfonos celulares, computadoras. Se entretienen con videojuegos con una habilidad notable. Son los nativos de las tecnologías. Mi hija, por ejemplo, es una experta en Minecraft y otros juegos parecidos. Me habla de ellos con locuacidad y yo la miro y finjo que comprendo.

Los pequeños de hoy, salvo algunas excepciones, sufren la precariedad de esta isla detenida en el tiempo. Para ellos una manzana, un bombón, unas galletas dulces de chocolate son todo un lujo, y cuando en sus manitas poseen estas golosinas, los ojos les brillan como cocuyos en la oscuridad.

Los niños de hoy pierden la ingenuidad más temprano que nosotros, los de antaño. Hace poco, delante de mí, caminaban dos chiquillas que no pasarían los 12 años. Su conversación giraba sobre el sexo, sí, sobre ese tema tabú. Lo que expresaban, las hacía parecer adultas liberales. Pensé en sus padres quizás ajenos, pensé en la mía que acaba de cumplir los 12. Sentí temor, mucho temor.

Lo más interesante es que los niños de hoy son inmunes al adoctrinamiento. Ya, desde su mente infantil, comienza a gestarse el desprecio por el sistema. Parece que la realidad cruda y dura pesa más ahora que cualquier fábula gastada.

La mía solo sueña con irse del país y ser una youtuber influencer famosa, estilo Sandra Cires. Espero que la inmadurez natural de la edad se le pase. Por lo demás, es muy inteligente, domina las matemáticas, la lectura, la redacción de textos y puede hablarme de países, idiomas, personajes históricos, etc, que yo, en sus años, ni en sueños conocía.

Conozco otra muy cercana a la familia que tiene un enorme talento para la pintura y la escritura. Podrá ser, sin temor a exagerar, una escritora y artista plástica de vanguardia, si se lo propone. 

Esta, a raíz de conmemorarse los cinco años de la desaparición de Fidel Castro, fue convocada por su maestra para leer en un acto. Su respuesta fue “no entiendo”, y por más que le explicaban su rol, repetía “No entiendo”

“Ese es un motivo que tengo para manchar tu expediente”, amenazó la maestra que de seguro no tiene ideología ni posee el valor de la honestidad. Pero la estudiante, que yo sé que es fuerte de carácter, no salía de su frase y nunca se doblegó. La mamá, obviamente se siente preocupada.

Pero son las señales de estos tiempos. Si el país no cambia, los niños de hoy serán quienes pongan el último clavo en el ataúd de la Dictadura.. 

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