Crónica de un regreso

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Llevaba una semana fuera de casa y le había pedido a mis vecinos más cercanos que me le “echaran un vistazo” porque los robos están a la orden del día. Cuando estoy varios días fuera siempre me queda la preocupación.

Al regresar todo está en orden, eso incluye los apagones nuestros de cada día. No hay electricidad y debajo del refrigerador se ha creado una especie de charco. Lo abro y por supuesto, el congelador no tiene un gramo de escarcha.

Siento un poco de temor pero albergo la esperanza de que esto sea causado por las constantes interrupciones del fluido eléctrico.

Solo tengo que esperar mientras meto unos tubos de picadillo que conseguí, limpio el patio que está hecho un desastre, me doy un baño y cuando al fin regresa, el sonido de la máquina me parece música celestial.

El reloj da las 6:00 de la tarde y me dispongo a preparar la comida. Han puesto la luz desde las 4:00 de la tarde pero dicen que volverán a quitarla a las 10:00 PM.

La vecina me llama desde su terraza para hacerme el recuento de estos días. Lo importante tiene que ver conmigo y ahí sí que pongo bien aguzados los oídos.

Resulta que alguien intentaba robarme unos aguacates del patio estirando su brazo a través de la cerca pero se cayó y quedó trabada. Mi amiga, desde su casa, observaba a una persona de bruces pero no sabía distinguir de quién se trataba, hasta que a la ladrona no le quedó otra alternativa que llamar a su marido con voz lastimera. El hombre, avergonzado, tuvo que acudir en su auxilio.

Mi vecina le dijo “Ay fulana nosotras no tenemos edad para esas cosas, si querías algún aguacate mejor se lo hubieras pedido”

Nos reímos. Lo hilarante del asunto es que se trata de una señora que presume de moralidad al tiempo que despotrica de todos a su alrededor, incluyendo a este escribidor.

Vengo de hacer ejercicios, está anocheciendo cuando alguien toca a mi puerta. Es un hombre al que apenas conozco de vista. Me dice que tiene 3 hijos y vive en una casa en malas condiciones, que se busca la vida haciendo cualquier cosa, pintando casas, limpiando patios, etcétera. Sucio y mal vestido, me da la impresión de que padece alguna clase de tara mental.  

Eres la última esperanza que me queda, dice

-Bueno, no soy Jesucristo pero dime

-Me da pena contigo pero ¿no tienes algo con qué me ayudes para darle de comer a mis niños?

-Espera, te puedo dar un poco de arroz, unos frijoles y par de aguacates

-No no, yo tengo arroz y frijoles, lo que me haría falta es un poco de carne, algún picadillo o una croqueta, tú sabes…

-No, que va, lo siento

-Bueno está bien, dame unos “aguacaticos” aunque sea

Lo dejo en el portal, cierro la puerta, regreso, se los doy y se marcha sin darme las gracias y me quedo algo confundido. ¿Será que fue sincero y tiene una necesidad real con sus supuestos hijos o solo fue para “joderme”? ¿Se creerá pillo y listo y me vio la cara de idiota cuando lo único que hice fue compadecerme de sus hijitos?

Me quedo con la duda. De todos modos, lo siento, pero no le iba a dar el picadillo que tengo. Me pongo a reflexionar lo dura que se hace la vida, que a la bondad se le tiene que poner límites porque de lo contrario te comen vivo. Como dijo cierto filósofo del derecho natural “El hombre es un lobo para el hombre”. Ya no tengo dudas, me “jodió”.

Vaya, que el asunto con el tipo lleva rato sulfatándome. El ego no me da respiro, tengo que ser más humilde. Decido bañarme, comer y como lo que hay en la TV no me interesa me pongo a jugar un poco de ajedrez con una aplicación del móvil hasta que… zas, apagón. 

No tengo sueño y salgo al portal a conversar con mis vecinos, a matar las horas mientras me cae el sueño porque esta noche está calurosa y así olvido el incidente con el pedigüeño, además, mañana no tengo que trabajar.

Le pregunto a uno de ellos sobre el comportamiento de la electricidad por estos días y me responde que ha mejorado un poco, que al menos ya son serios con cumplir el horario de apagones, que así uno se puede planificar. Bah, el nivel de resignación es tan grande que me quedo como en shock, siempre he tenido baja tolerancia al maltrato. Mejor no pregunto más.

Por suerte llega la corriente, son cerca de las 12:00 y estoy todo sudado. Me doy una ducha, bebo agua, pongo el ventilador y demoro un poco para conciliar el sueño. No se me quita de la cabeza lo de ese tipejo. “Humildad Pedrito, humildad, hay que saber perder” me repito…

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí.

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