La represión que sufrimos, la que niegan, la que los degrada

Por Osmel Ramírez Álvarez

En la esquina. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – La represión es horrible, inhumana y esclavizante. Infringe miedo y dolor a quien la recibe, pero degrada, al mismo tiempo, al que la provoca, sea directa o indirectamente.

Yo me siento reprimido, también mi esposa, mi familia. Tengo colegas, amigos y conocidos que se sienten de la misma manera. Excelentes personas que sufren, igual sin razón. Al menos sin un motivo ético y legalmente justificable.

NO, no estamos confundidos, sabemos muy bien qué es represión. La vivimos a diario. El auto que paró frente a la casa ya es sospechoso. O el desconocido que lleva rato parado en la esquina. Y no somos delincuentes. Tal vez demasiado honrados.

Es cierto, no nos han sacado las uñas con un alicate. No nos han castrado los testículos. No nos han zambullido en el tanque de agua. No es tortura extrema y visible la que nos hacen. Sería muy tosco y sucio para la imagen “redentora” de nuestros victimarios. Es otro tipo, más fina, inteligente y efectiva. Y lo mejor, no deja huellas, se puede desmentir.

Represión, en este contexto, “es el acto de reprimir con violencia una manifestación política o social”. Violencia “es el uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo”. Puede ser ejercida físicamente o a través de la persuasión y la amenaza.

Hay violencia física y también psicológica; igualmente hay represión de ambos tipos, y la peor y más efectiva es la psicológica.

Antes creía que podía entender y juzgar actitudes frente a la represión. No entendía nada. Hasta que no se sufre no se entiende. Solo ahora puedo ver la cara oculta de la luna. Y estoy consciente, la que recibo es tan solo una pizca frente al sufrimiento de otros. !Muchos otros!

Claro que no soy un héroe ni un mártir, lo sé. Ni quiero. Solo un ciudadano. Aunque serlo en Cuba, o intentar serlo, es casi un acto heroico. Un suicidio personal. Una inmolación social.

El policía que hasta ayer era un protector público, hoy luce enemigo. Un posible enemigo. Si se acerca el cuerpo reacciona. Antes no. Las manos titubean, el corazón se acelera. Pasa de largo, ¡qué bueno!, no era un represor. No esta vez.

El cuerpo reacciona, es inevitable. Sentir miedo es humano. Y quiero ser humano. Ser valiente y resistir la represión con dignidad, pero sin dejar de temer. Sin deshumanizarme. Ser útil sin ser un héroe implacable. Temo más a eso que a la represión. Temo que implique deshumanizarme.

No es paranoia infundada. Hay represión. Todos la padecemos pero pocos la sentimos. Solo aquellos que pasamos más allá de la línea. Esa que separa al esclavo moderno autómata, al siervo colectivizado adoctrinado y al cómplice mezquino, del ciudadano con decoro. Del hombre o mujer que exige ser libre.

Pasar esa línea cura la mente, pero enferma el cuerpo. Nos invaden extrañas y dolorosas reacciones provocadas por la represión. Es como vivir en la jaula de un león. Como si tu hermoso país se transformara de súbito en una selva oscura y peligrosa.

Tener ideas propias o diferentes a las oficiales en Cuba es un delito, o tratado como tal, que es lo mismo. Ser periodista es mi crimen y el de mis colegas. Ser artista o pintor o comerciante o político es un crimen también, si no arrastras el abdomen, si no bajas la cabeza, si no cierras los ojos.

Por ser periodista mi madre sufre, cual si escalara abismos sin cuerdas de sujeción. Ahora me prefiere lejos, más allá del mar. Antes imploraba tenerme cerca, para verme, tocarme, besar nietos, aún en medio de carencias. “Esta es la verdadera riqueza de la vida”. -Me decía. Ya no me lo dice más.

La represión mató esos deseos. Me quiere lejos, no de sus besos, de mis verdugos. Sí, de esos mismos que ayer parecían héroes. ¿Ya ven por qué no quiero ser héroe? No más héroes, tan solo necesitamos ciudadanos.

Mi madre sabe que soy honrado. Mis vecinos lo saben. Todos lo saben. Y vieron tratarme como delincuente, arrestarme dos veces, mis manos delante con esposas, encarcelarme con bandidos. Sin visitas, sin llamadas, sin abogado, sin derechos.

Revisaron mi casa, se llevaron mis cosas, me prohíben viajar. Me llaman mercenario y asalariado del imperio; yo que me guio por mis propias ideas; yo que no tengo precio. Y tan solo soy un periodista.

¿Alguien más quiere ser un ciudadano? ¿Alguien no entiende por qué nuestro pueblo parece sumiso o conforme? ¿Alguien duda del poder de la represión?

La represión existe y les funciona, pero a la vez los degrada. Ese es su Talón de Aquiles.

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