Por Osmel Ramírez Álvarez
Aquí solo el personal de Salud de laboratorios y quirófanos o fumigadores de productos químicos usaban el hoy célebre “nasobuco”, ahora tan común gracias a la pandemia del nuevo coronavirus.
Primero, a principios de marzo, comenzó siendo “sugerido” solo a los que tenían catarro para que al estornudar o toser no contagiaran a las personas derredor. Luego, fue exigido para todos los usuarios del transporte público, a finales del mismo mes. Y ya en los primeros días de abril fue de uso “obligatorio” para todos fuera del hogar, con carga punible en caso de desobediencia.
Realmente, desde el punto de vista lógico y científico, solo es útil para lo que se recomendó al inicio, (coinciden los especialistas), pero las autoridades ante las numerosas violaciones y negligencias decidieron imponerlo a todo el mundo para poder medir su cumplimiento. Algo positivo y negativo a la vez, porque ayuda a que los pocos que deben usarlo lo hagan realmente y se evite el riesgo, pero a la vez viola la libertad de la mayoría que se ve compelida a utilizarlo sin necesidad. Y lo peor, a correr el riesgo de ser condenado por la (in)justicia si incumple.
En nuestro clima resulta verdaderamente molesto, casi asfixiante, andar con nasobuco y montado en una bicicleta con el calor infernal. Lo peor es que una persona que anda sola en una bicicleta no tiene ninguna posibilidad de contagiar o ser contagiado por Covid19 si está sin mascarilla. Por consiguiente, es un estorbo innecesario.
Sin embargo, en una cola para el pollo o del aceite, donde hay doscientas o trescientas personas amontonadas, todas con nasobuco, existe un gran riesgo de contagio. La dependienta manipulará el dinero de todos y a la mayoría les dará el cambio. Están regularmente a menos de un metro de distancia y los nasobucos de tela normal filtran un aerosol de saliva al hablar que podría desplazarse de 30 a 50 cm, en dependencia de la fuerza del viento, esto ha sido probado.
En esas colas lo que más se hace es conversar, porque pasan varias horas esperando a que les llegue el turno. Igual es difícil que no toquen cosas en común: una cerca, una baranda, el poste de la luz o el cristal de la tienda y allí nadie se anda lavando las manos.
Hace poco salí de mi casa y casualmente se me olvidó ponerme el nasobuco. Iba solo en mi bicicleta y la policía me detuvo. Por suerte, o tal vez porque saben que soy periodista independiente, solo me aconsejaron que virara y me lo pusiera. Luego supe que a otros no les fue tan bien. Es conocido que se imponen multas de 50, 100 y hasta 150 pesos por andar sin el afamado tapabocas.
En fin, el nasobuco es molesto, pero no hay de otra que soportarlo. Ya no es cuestión de conciencia ni de precaución, es de obligación. La policía tiene a la gente nerviosa con el dichoso nasobuco y ojalá pase rápido esta pandemia, que se encuentre una vacuna o desaparezca por su propia dinámica de desarrollo, como ha pasado con otras virosis.
Así podremos regresar a la normalidad y volver a respirar sin que una tela doble o triple se nos pegue a la nariz de manera asfixiante. Por ahora es un sueño, espero no tan lejano.
Por supuesto, que nos discrimina, nadie quiere oír lo que está mal, todo el mundo…
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