La Holguín actual

Osmel Almaguer

HAVANA TIMES — Hace cuatro años publiqué un diario titulado Holguín, la tierra de mi padre, donde rememoraba el último viaje que hice, en los años ochenta, a la oriental provincia. Recuerdo haber descrito ―a grandes rasgos― mis impresiones de antaño, mientras me lamentaba por el tiempo que llevaba sin visitar a mi familia.

En aquel escrito, apuntaba algunas de las diferencias que guardaba la Holguín de entonces con respecto a la capital, diferencias que mi percepción infantil y mi memoria, al cabo de más de veinte años, me permitían mencionar. Cuatro años después se ha cumplido mi sueño de volver, y una provincia igual a aquella, pero diferente, me ha recibido.

Nuevamente me toca apuntar mis impresiones, pues doce días no alcanzarían para profundizar en los diferentes aspectos de una sociedad como la holguinera. Qué decir de su gente, hospitalaria, solidaria, comunicativa. Y sus mujeres, de una belleza sin igual en toda la Isla. El pueblo holguinero vive orgulloso de sí mismo. Es educado, alegre y organizado.

El ron, la carne de cerdo, la pelota y el juego de “la bolita” (lotería), se encuentran íntimamente imbricados en el imaginario popular, y en la vida cotidiana.

Holguín es una provincia enorme, cuya extensión total no me fue posible visitar. Apenas estuve en el municipio cabecera y en Báguanos, donde viven dos de mis tíos en sus humildes casas de madera. Es por eso que estos comentarios estarán reducidos a mi experiencia en tales sitios.

La vecindad suele ser muy unida. Las casas apiñadas en los suburbios de la ciudad refuerzan esa dinámica. Es Holguín una ciudad de grandes contrastes, donde algunas familias habitan en casas suntuosas, mientras otras se conforman apenas con bohíos.

No todo es color de rosa allí. La mayoría de la población tiene que trabajar e inventar muy duro para llegar a fin de mes. Sin embargo, lo más chocante para mí fue apreciar el estado en que se encuentran las calles de repartos suburbiales como La Aduana, donde pernocté en compañía de mi familia, y cómo quedan estos “caminos” cuando llueve.

Muchos detalles se me escapan. Entre el atolondramiento del viaje en ómnibus , la emoción por haberme reencontrado con mi familia luego de 29 años, y la limitación de espacio, algunas impresiones y aspectos concretos se quedan sin mencionar. Tal vez en Mayo, cuando vuelva, enriquezcan mis apreciaciones.

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