La maldita circunstancia de la vivienda

María Matienzo Puerto

Foto: Caridad

Mi amiga “B” tiene problemas con su mamá. Básicamente tiene problemas de convivencia. Su madre, una intelectual, con cierta dosis de frustración porque no ha logrado en la vida todo lo que se ha propuesto, le hace la vida imposible.

Mi amiga B no puede alquilarse porque el salario no le da para pagar el alquiler y de paso, mantener a su hijo de cinco años.

Mi amiga B quisiera comprarse un apartamento, ahora que salió la nueva ley, pero ella sabe, como yo, que su salario nunca le va a dar para reunir los tres mil cuc, como mínimo que le puede costar un espacio donde vivir en armonía o donde pueda criar a su hijo en paz sin las tensiones que le provocan la madre y sus frustraciones.

Usted llega a su casa el primer día, y si es una persona con actitud de gente importante, o más que actitud, es una persona importante, la madre lo tratará bien. Pero si como yo no tiene dónde caerse muerto, y además, se le nota, la madre de mI’miga hará gala de su poder como dueña y señora de casa y gritará, será grosera e impondrá su criterio.

En el primer caso mI’miga B quedará como una mentirosa. En el segundo, le dará toda la razón y como mínimo le recomienda que le deje caer unas gotitas de cianuro en el café de la mañana.

Yo no sé qué aconsejarle a mi amiga que cada vez se obstina más con eso de rendir cuentas constantemente aunque ya tenga más de treinta años y se haya casado tres veces y tenga un hijo, y tenga un trabajo propio y haga el esfuerzo por sostenerse económicamente.

Y las leyes nuevas, que pudieran parecer un aliciente, no lo son tanto, porque mi amiga, como yo, se cuestiona hasta qué punto son beneficiosas si los salarios no dan, si continuamos desfasados con respecto a la realidad de la calle. Son solo un consuelo, no una solución.

Es como vivir en una cápsula. Podemos ver lo que pasa, pero la distancia que establecen las paredes no nos permiten participar, y la alegría no va más allá del entusiasmo primero, el que se siente justo antes de comprender que no vamos a llegar nunca al lugar.

Así ve las cosas mi amiga B, que como muchas mujeres de su generación tienen conflictos con sus madres, con sus esposos y no saben cómo salir porque las opciones ni siquiera aparecen.

Mi amiga B una vez creyó en lo eterno, en el arte, en la vida y se decepcionó tanto que ahora ni escribe ni cree en el amor ni en la posibilidad de salir del hueco que le ha creado la maldita circunstancia de la frustración por todas partes.

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