De Maritza, el talento y la confiablidad

María Matienzo Puerto

Maritza es mi preferida.  Ella es bella e inteligente.  Es una de las mujeres más talentosas que he conocido en mi corta, pero intensa vida.  De ella no tendría nada que decir que no fuera positivo.

Su belleza no es de las que encanta, sin embargo, cuando se pasan cinco minutos de conversación hay un no sé qué en ella que hace que no la olvidemos con facilidad.  Por eso aunque tiene apellidos, con solo decir su nombre, quienes la conocen se la representan a ella entre mil Maritzas.

Mi personaje escribe libros y los edita; tiene ingenio para organizar y dirigir proyectos que pueden cambiar parte del mundo que le rodea. Ha trabajado de periodista durante casi diez años y ha publicado en cuanta revista o periódico se ha propuesto.

Su talento no le permite sentir rivalidad hacia ninguno de sus colegas.  Cree que todos tenemos un espacio diseñado en el mundo, por tanto no hay motivos para zancadillas y envidias.  Nunca la he escuchado decir que odia a alguien o que no va a compartir una información.  Sus amigos pueden contar con ella.

Pero.  Aquí viene el gran pero.  Maritza es invisible.

No porque sea fruto de mi imaginación.  No.  Ella existe aunque con otro nombre y otro rostro. No porque viva en una dimensión paralela.  No.

Ella es invisible porque no pertenece a nada, nadie la llama para integrar nada, no forma parte de ninguna lista de los que están señalados para escalar en la posición social.

Digamos que sobre ella hay una sombra.

A la hora de dar consejos yo fui la primera.  Debes pertenecer a algo Maritza: a la juventud comunista, al partido, a la federación.  Pero nada.  Sus argumentos siempre estaban en función del arte y la creación; de lo que ella llama lo verdaderamente perdurable.

En estos diez años de andar juntas hemos visto cómo colegas capaces de vender el alma al diablo si es preciso, viajan, ascienden como dirigentes, mejoran en su estatus social y económico.  Y Maritza en las mismas.  Como si fuera una adolescente, siempre empezando de cero.

Nadie cuenta con ella para esas plazas en las que el contenido de trabajo es vigilar a otros, o denunciar lo mal hecho, o criticar la gubernamentalidad ni desde la cultura.  Y aunque sus escritos se leen entre amigos y todos la consideramos excepcionalmente talentosa, no la premian en los concursos y le limitan el acceso a cuánta información pueda tener.

Creo que desde hace mucho tiempo ha caído en el hoyo negro de los “no confiables.”  Es parte de los que siempre van a estar a la sombra de los que saben menos que ella; de los que no claudican ante el poder; de los que nunca van a dirigir una orquesta, una editorial, un periódico o una galería por muchas habilidades que tenga.  Al menos mientras esté aquí, en esta isla, bajo estas condiciones.

Ella lo cree una bendición.  Yo la veo desgastarse como una vela y creo que debe pasar a otro estadio, pero no me atrevo a decírselo porque no sabría señalarle el camino.

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