¡Cuidado! No leer

María Matienzo Puerto 

HAVANA TIMES, 26 mar — Hacía mucho tiempo que no pensaba en la muerte como solución, hasta que terminé de leer “El hombre que amaba a los perros.” Y no en la muerte física solamente, si no en la muerte de todo, incluso de los sueños.

Yo que me he construido una torre de marfil contra el miedo a escribir, a salir a la calle o a amar, cuando terminé de leer el libro de Padura (y del que muchos en HT han escrito algo), no pude más que llorar.

Y no por Trostky, que al final es solo letra muerta en la realidad abrumadora cubana o por los excesos estalinistas (¿qué cuentos nos van a hacer?) sino por el fin de todo, por el encierro, por la maldita circunstancia del agua por todas partes, por las reflexiones de Padura, por recordarme el pesimismo que no nos abandona.

Aunque me empeñe en decir que soy una mujer dichosa (¿y acaso no lo soy?), porque nadie nos pregunta, porque los asiduos comentaristas a este sitio (algunos, no todos) pueden ser muy cínicos en sus comentarios y no tienen ni la más remota idea de lo que es ser víctima del fatalismo geografico, de la utopía y los sueños y la codicia de otros con más poder, definitivamente.

Por lo menos a mí, me ha jodido la vida por unos cuantos días. Y si estás deprimido y eres cubano y vives aún en la Isla y no tienes una puerta de escape segura, no te recomiendo la lectura de El hombre que amaba a los perros.

Leer a Padura, uno de los autores mas leídos y vendidos de la Isla, siempre me ha resultado una aventura, una suerte de conciliación creativa. Pero esta vez es más la angustia que el placer lo que me ha llevado a terminar las páginas de un volumen extenso, cargado de historia y de tragedia.

Llegamos a amar a los personajes que construye el escritor, y al final, al menos yo, no tomo partido, no creo ni en la inocencia ni en la maldad absoluta de ninguna de las caras que nos muestra el escritor.

Durante la lectura no pude dejar de pensar en Julio Antonio Mella, joven comunista cubano, fundador en 1925 del 1er Partido Comunista de Cuba, y expulsado de sus filas por ¿revisionista? ¿trostkista?.

Exiliado en Méjico, coincidió en época y convicción con Diego Rivera y Fridha Kalo, amor de otra vieja comunista como Tina Modotti, también amiga de los pintores, y del que Padura amparado en la ficción no menciona ni por asomo.

Cuenta la historia que a la orden de muerte de Mella dictada desde La Habana por el dictador Machado, se le anticipó la mano mas larga y poderosa de Stalin.

Padura me recuerda que tengo, a través de Mella, una deuda conla Patria, con la historia y sus profundidades.

De Trostky (el personaje) aprendí que es importante sostener una obra. En más de una ocasión me levanté a escribir o a pensar sobre los textos que tengo a medias en mi escritorio, movida, todas las veces por el cargo de consciencia de estar más pendiente a la obra ajena que a la mía, a la propia.

De Mercader, la certeza que todos podemos ser instrumentos, víctimas y a la vez victimarios, que no basta con estar atentos, que hay que tener una posición inteligente, crítica y consciente ante la vida.

No basta con cerrar esta tienda y abrir una nueva donde las personas seamos mejores personas y el sistema sea más ¿utópico?

Hay cosas que una vez deshechas no se recomponen. Por ejemplo: las vírgenes nunca recuperan el himen, no vuelves a ser inocente una vez que delatas a tu vecino, el engañado rara vez vuelve a confiar ciegamente.

Pero Ivan, el menos relevante de todos los personajes, quizá por parecerse a todos los que estamos acá, me recuerda que aún yo tampoco he pedido un deseo ni he dejado caer unas monedas en la Fontanade Trevi.

 

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