Los destinos de muchas personas

HAVANA TIMES – Hay veces que tienes deseos de llorar, te aguantas y nadie se percata de tus impotencias. Otras veces no lo puedes disimular y alguien te ve. Esto último me pasó con mi tía. Que me preguntó acto seguido: A ver Lien, ¿por qué la lloradera?
Lloro, le respondí, porque una nació miserable, y pensó que si estudiaba, trabajaba y cumplía iba a salir de esta pobreza maldita. La vida me demostró que estaba equivocada. No valieron mis dos maestrías en Bioética y Teología, no valió mi licenciatura en Teología, no valió mi técnico medio en Economía, no valieron mis millones de horas de lectura, no valieron todos mis cursos por todo el país, no valieron las tantas escuelas y espacios de formación por los que pasé (tanto recibiendo cursos como impartiéndolos). No valieron…sigo siendo la misma miserable desde que nací. Ahora con jabón (sin agua algunas veces y el jabón porque lo envía un primo de Miami) y en el periodo especial sólo con agua tirada de los pozos a no sé cuantas cuadras de la casa. Y mis niveles de realización por el piso.
Lien, eso que tú sientes no es tu experiencia particular, única, me dijo mi tía no solo para consolarme, sino para mostrarme una verdad que se vive a pulso, día a día, en esta Isla. Tu prima (su hija) es licenciada en Economía, terminando los dos años de servicio social empezó a vender gelatina en la casa. Todas las amiguitas a las que ella repasaba ahora viven en el extranjero. Una es bailarina, otra es barman, otras no sé qué y son las que les pagan desde allá comidas y almuerzos los días de celebración.
El esposo, ingeniero eléctrico, se dedica a invertir en productos rebajados en las tiendas para revenderlos por las redes. De eso viven. Pero él se comunica y recibe fotos de sus mejores amigos de la universidad que se fueron todos para Estados Unidos brincando fronteras como casi todo el mundo, y fundaron una compañía y le hablan de lo bien que les está yendo. ¿Pregúntate tú cómo se sentirá él? Revendiendo cuchillos de cocina, o palanganas para bañar recién nacidos.
Es verdad, dije, es casi toda Cuba en eso. Tuve que darle la razón. Soy una inmadura. Mi caso no es la de una náufraga, con el resto de los tripulantes desaparecidos. En todo caso somos millones de náufragas y náufragos que tienen que ver cómo sobreviven todo el tiempo.
Detesto el dicho: «mal de muchos, consuelo de todos», pero es verdad. Cuando te hacen comprender que no eres la única con la maldición, una encuentra una especie de alivio. Algo así como… bueno, no estoy sola en este desmadre, puede ser solo un mal tiempo del que saldremos pronto, quiera Dios.
Me sequé los ojos. Y empecé a escoger los libros que pienso vender al otro día. No hablé más del asunto. Es más, no me permitiré más preguntarme por qué todo lo que hice no valió la pena. Aprenderé a reflexionar sobre qué haré a partir de ahora en adelante.