Finita, la cuentapropista

Jorge Milanés Despaigne

Hace un mes tiene licencia de cuentapropista para vender algunos refrigerios en las calles, pero no ha querido ofrecer otros aperitivos, porque no tiene la fuerza física suficiente para llevarlos en sus hombros y, a pesar de su avanzada edad.  Antes, trabajaba para el estado.

Todos los días antes de la salida del sol, esta señora alta y bastante delgada, se levanta para vender en las calles el café que prepara. Del hombro cuelga una bolsa con un termo y tazas para servir el café.

Mientras camina va anunciando lo que vende.

“¿Finita, traes café?” -le pregunté al pasar junto a mí.

“Sí, mi amor”, me respondió.

Acomodó la bolsa en el banco del parque, la abrió y sacó una taza para servir su delicioso café por el precio de 1.00 peso en moneda nacional; me comentaba que en estos últimos días había tenido pocas ventas, porque el café ahora lo vendían con mayor mezcla de chícharo y parece que a muchas personas no les agrada, que hay quien se lo compra por pena, pero que no está bueno como el que vendía al principio.

Mientras tomaba el café, le recomendé vender jugos, pues sería muy bueno por hacer tanto calor. Me miró con la intención de contestarme, pero no dijo nada. Su delgado cuerpo se inclinó para guardar la taza que yo había usado, la ayudé a acomodar la bolsa en el hombro, me dio las gracias y continuó.

Imaginé lo que tal vez pensó responder: sería una jaba llena de pomos con jugos muy pesada que su cuerpo no podría cargar diariamente.

En la noche, mientras miraba la telenovela en casa, mi madre se acercó con un vaso de jugo. Y así sentenció:

“Pruébalo, si te gusta me lo dices, porque cuando empiece el curso escolar, mi amiga Finita y yo vamos a vender jugos durante el horario de merienda de los niños.”