Fin de año en Jibacoa, Granma

Jorge Milanes

Estoy de acuerdo con una amiga cuando dice que en La Habana quien menos uno piensa tiene un pariente en el campo.  Este fin de año, mi familia y yo fuimos a Jibacoa, municipio de la provincia Granma, a compartir con algunos parientes que todavía viven en esa zona del Oriente de Cuba.

Mi mayor atractivo era azar un cerdo en púa, pues desde que era niño no visitaba a los familiares jibacoenses, ocasión propicia para matar el cerdito y festejar el motivo de ver a la familia reunida.  Pero este viaje tuvo un encanto inesperado: descubrir la narración oral de los moradores tan rica, espontánea e ingeniosa.

Comiendo al fin el rabito del cerdo escuché un sinfín de cuentos jocosos, algunos inventados, otros reales y a veces hiperbolizados por ir de boca en boca de la gente.

Recuerdo bien la historia de Tío Lindo, quien cierto día llegó a la tienda y preguntó por alguien interesado en lograr cría de su marranita y compartir los dividendos.

Allí estaba Bolo Suárez, un hombre que gustaba hacer maldades a los demás y conocía a un hombre que vivía a menos de tres kilómetros de la tienda, muy serio, y que le llamaban Bemba-de-cuero, pero solo a sus espaldas, dato este último que omitió a Tío Lindo.

Siguiendo las señas de Bolo Suárez y ya extraviado, Tío Lindo llegó a la choza del hombre que estaba buscando y no sabiendo el ardid, preguntó:

“Oiga, compay, ¿usted sabe por aquí donde vive Bemba-de-cuero?”

Dicen que aquel hombre se levantó del taburete a la orilla de su casa hecho una furia y de no ser que Tío Lindo andaba a caballo le hubieran cortado el pescuezo ese mismo día.

Pronto llegó a la tienda en busca de Bolo Suárez, el cual, temiendo el desquite, hacía rato se había “enterrado” en el campo de caña.