Jorge Milanes Despaigne
Hoy venía por la calle Obispo rumbo a mi trabajo a la hora en que las tiendas o comercios abren sus negocios. Desde lejos se veía una aglomeración y pensé enseguida en una cola para comprar sabe Dios qué.
Motivado por la multitud a la que me acercaba, pensé en la pregunta que se haría un canadiense ante ese fenómeno: «¿Para qué hay tanta gente ahí?.” Un mexicano afirmaría: «Ustedes para todo hacen cola». Y un cubano simplemente, preguntaría: «¿Quién es el último?».
Aunque yo no sentía la necesidad de marcar en la cola, me aproximé para ver ese espectáculo que ya a mi llegada se tornaba violento. Era fácil entender que había allí el desorden mismo, pues la gente, tratando de entrar, casi rompía la puerta de cristal, pese a los esfuerzos de los tenderos por prohibir la entrada hasta tanto no se organizara la cola.
En ese momento llegó un policía, hizo un rápido estudio de la situación y con su radio inalámbrico en mano, pidió apoyo de los guardias cercanos. Otras personas como yo, se habían detenido a la distancia para ver la masa como interactuaba en busca de ganar un puesto. A mi lado, una mujer exclamó: «Esos son los revendedores, que ponen esto malo».
Comprendí que la mayoría de la gente ahí reunida quería comprar algún producto para revender después en otros lugares y sacar una ganancia de la mercancía.
Entonces uno de los policías, que al fin había llegado a la puerta de la tienda, dijo: «De la acera para abajo, de la acera para abajo…». Debió armarse de paciencia para no empujar a la masa que continuaba igual, hasta que mejor tarde que nunca, se hizo una cola en verdad.
Yo me volví hacia la señora que permanecía junto a mí, quien agregó a su repentina carcajada: “Ay m´ijo, qué cola, van a sacar estropajitos.”
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