Un cubano en la tierra del egoísmo

Isbel Díaz Torres

HAVANA TIMES – Quiero compartir hoy un par de anécdotas que me sorprendieron mucho durante mi estadía en Chicago a mediados de este año, pues desmontan ese criterio que la escuela y los medios cubanos han construido acerca del egoísmo que genera en las personas un país como EE.UU., meca de la industrialización, la barbarie, la competencia, y la deshumanización.

No he querido apresurarme a compartir todas mis experiencias fuera de Cuba, pues preferí reflexionar sobre ellas y construirme un criterio más madurado. Por eso los lectores han visto que las crónicas sobre Brasil han ido saliendo bien distanciadas, y hasta hoy no había escrito nada sobre mi experiencia en EE.UU.

A mi llegada a Chicago, una noche lluviosa y fría, me descubrí de pronto en medio de una ciudad desolada, sin dinero, sin teléfonos públicos, y sin una dirección concreta a donde dirigirme. Después de casi una hora arrastrando mi maleta por las mojadas calles sin ver un alma por todo aquello, una señora afroamericana, evidentemente de clase trabajadora, me aconsejó que entrara a un hotel cercano, perteneciente a la cadena Marriot, y pidiera ayuda.

Acostumbrado a parecer un apestado incluso en los hoteles cubanos, me decidí a probar suerte, totalmente seguro que sería expulsado de allí como un “sucio latino emigrante”. Sin embargo, no solo fui recibido con delicadeza por el portero y la señora en la carpeta, sino que además me permitieron hacer todas las llamadas que necesité gratuitamente.

Cuando me retiraba a esperar afuera a quien debía recogerme, esas personas no me permitieron que esperara en la calle. Insistieron en que me sentara en el lujoso y tibio lobby, donde conversamos animadamente por casi una hora que duró mi espera.

Días después, durante una escapadita que me di de la Conferencia de LASA, llegué por azar junto a otro cubano a la entrada del monumental Art Institute of Chicago. Yo estaba feliz de estar allí y poder tomar fotos de la hermosísima fachada y los alrededores.

Mi amigo y yo nos arriesgamos a entrar en el lobby para al menos tomar una foto furtiva del interior, cuando sucedió algo inesperado. Un hombre que nos cruzamos en la puerta nos preguntó: “¿Desean estas dos entradas que no voy a utilizar?” No podíamos creer que aquello nos estuviera ocurriendo.

De ese modo, pude ver las primeras grandes obras de arte, de una lista muy larga que disfruté allá. Sobre todo, fueron impactantes unos espectaculares vitrales de Chagall, una sustanciosa colección de arte indú, y unas maquetas de esculturas de Picasso, todo de manera gratuita.

Sin un dólar en mis bolsillos, subsistí esa semana en Chicago gracias a la buena voluntad de amigos, colegas, y recién conocidos, entre quienes debo mencionar a Jesús Guanche, Armando Chaguaceda, Ted Henken, Stansfield Smith, e incluso un par de “segurosillos” cubanos que me invitaron a merendar con el fin de sacarme información sobre mis pérfidos planes en la tierra del egoísmo.

A todos, conocidos y desconocidos: gracias. Me ayudaron a despojarme de un cliché más, por lo que ahora soy un poco más libre. También contribuyeron a reafirmar mi creencia en esa “fe en el mejoramiento humano” que decía Martí, y que ni siquiera una despiadada superpotencia como EE.UU. puede arrancar a sus propios ciudadanos.